Más de dos meses han pasado desde la última vez que me asomé por aquí. Demasiado. “Hace mucho que no publicas en el blog” “¿Por qué no escribes?” “¿Cuándo vuelves?” Son algunas de las preguntas sin respuesta que me han hecho durante estas últimas semanas de retiro casi absoluto. Mentiría si dijese que yo tampoco me las he hecho en algún momento, puede que casi a diario. Pero es que ni yo sabía por dónde empezar, ni mi propia cabeza era capaz de ordenar tantas emociones, cambios, trabajo nuevo, conocer gente nueva, nuevos rincones, y sentimiento a flor de piel. Y por sino lo he dicho, estoy encantada. Ilusionada, mejor dicho: FELIZ.
Y aquí, empieza “mi vuelta al cole”, un poco tarde, pero mas vale tarde, que nunca.
¿Cuál es tu mayor tesoro?
Ese “algo” al que tanta estima le tienes y que cuidas como oro en paño. Aquello que proteges y que rara vez compartes, si acaso con mucho celo y sólo con quien sabes que lo va a apreciar de verdad. Que no es cualquiera, no nos engañemos. Aquello sin lo cual nada sería lo mismo, ni siquiera tú mismo.
Lo que te podría quitar no sólo el sueño, sino el aliento. Lo que te suma jovialidad y hasta algún tono de más en tus mejillas. Aquello por lo que perdemos la cabeza, aunque tratemos de negarlo. Lo que nos alegra cualquier mañana gris y aleja hasta el último de los nubarrones más negros. Lo que pone voz a silencios rotos y anima cuando lo demás se ha perdido. Lo que abraza cuando de lo que menos tengas ganas sea de eso, pero te abraza, y se queda.
Los habrá para quienes sea una persona en concreto. Una madre ejemplo de vida, puro ejemplo de superación; o un padre que ejerce las veces de héroe sin igual. Quizá se trate de un amigo especial, de esos con los que te une algo muy fuerte, incluso más que un vínculo de sangre. Por quien darías todo. O, por quienes eres, y quieres seguir siendo.
Los habrá para los que su mundo sea su trabajo. Su seña de identidad, su logro más logrado. Y puede que hasta no puedan ni imaginarse la vida más allá de su trabajo, cogiendo uno nuevo, empezando de cero. De cero o desde el tejado. Dejándolo todo o casi todo. Aquí o allá. Superando miedos y afrontando retos. Demostrando que pueden si quieren, que merecen.
¿Y el tiempo, qué me dicen del tiempo?
Nada como abrir un viejo álbum de fotos, de esos que cogen polvo en alguna estantería y cuyo color empieza a amarillear. Ver aquellas imágenes que parecen de una vida pasada, hasta lejana y que hoy te producen risa y hasta vergüenza. ¿Y esas pintas? Comprobar que no hace tanto tiempo que se hicieron, o quizá sí. Pero si te paras un segundo a observarlas con detenimiento, es como si volvieras a posar para aquellas instantáneas. Yo soy muy dada a echar la vista atrás, y no perder aquellos recuerdos de infancia que seguro todos tenemos algunos un poco mas “heavys” que otros.
Nada como tener la ocasión de reencontrarte con la familia. Con todos aquellos a los que no sueles ver, a los que están más lejos, y a los que aunque estando cerca, la rutina los lleva por caminos distintos. Nada como verlos pasado un tiempo y observar los cambios, a veces para bien, y a veces no tanto. Reencuentros que llegan a encogerte el corazón, y dejarte en un “ay”, por sentir que el tiempo pasa. Y ahora, -que estoy un poquito más lejos- valoro un poco más si cabe a mis familias. Y, por supuesto, a mis amigos.
Que el tiempo vuela.
Y no espera que le sigamos el ritmo. Ni se detiene por nada ni nadie. Avanza imparable, siempre al mismo paso, siempre hacia delante. Regalando oportunidades a quien las quiera coger. Recordando lo efímero que puede ser a quien lo quiera escuchar.
Escapándose de entre los dedos de quienes no lo saben cuidar.
De niños soñábamos con ser mayores, con crecer y comernos el mundo. Con ir a la universidad y tener el trabajo por el que cualquiera suspiraría, nos envidiaría, lo querría para sí. Soñábamos con viajar hasta los confines de la tierra y con ser el alma de cada fiesta a la que fuéramos.
En nuestros sueños triunfábamos siempre, éramos libres y felices y a nada temíamos. No existían los problemas, para todo teníamos solución. El tiempo se congelaba, nadie se iba de nuestro lado y a nadie echábamos de menos.
Parece que fue ayer.
Y aunque nos decían y repetían que el tiempo, conforme te haces más mayor, más rápido se te pasa, no quisimos creerlo.
Y llegamos a la universidad, o no. Tuvimos nuestro primer trabajo. Incluso dos a la vez. Y detrás vinieron muchos otros, y puede que ninguno fuera el que habíamos soñado. Y tuvimos miedos, muchos, y con ellos tantas cosas que se quedaron en el camino. Como vuelos que no cogimos, personas a las que no nos atrevimos y fiestas en las que no bailamos.
Que todo pasa porque tiene que pasar, nos dijeron.
Que no es posible dar marcha atrás y retroceder en el tiempo. Que lo que alguna vez dijimos, alguien lo escuchó, y lo que no, aún estamos a tiempo de decirlo. Que aunque hay cosas que es mejor guardar para uno mismo, las hay que por sí solas no tienen sentido.
No perdamos más.
Vivamos. Al día y sin mirar la hora. Con personas que se quedarán el tiempo que quieran y el que se lo permitamos. Con personas que nos aporten, que nos creen valor. Y aprendamos de los que no. Hagamos que valga la pena.
Viajemos. Aceptando sin tanto miedo, arriesgando cuando sea el momento, que por serlo, puede ser cualquiera. No tomemos lo que no es nuestro, ni guardemos viejos rencores. No llevemos de más, sino lo esencial.
Bailemos. Con música y sin ella. Inventando acordes e improvisando los pasos sobre la marcha. Que si los finales son bonitos, los principios no lo son menos. Olvidando vergüenzas, indecisiones y excusas que nos retengan.
Olvidemos que la vida pasa sin olvidarnos de vivirla.
Y que todo pasa.
Y que el tiempo vuela.
Benda Lehbib Lesbir.
Fotografías: Beatriz Garrote.
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