El día 23 de julio se ha convocado en las Cortes la sesión de investidura del Presidente del Gobierno, sin que hasta ahora existan acuerdos que permitan salir del callejón sin salida de los gobiernos minoritarios, rendidos a las exigencias de las instituciones de hecho que secuestran la voluntad expresada por la mayoría.
Las pasadas elecciones generales las ganó el PSOE como partido más votado. Elecciones que dicho partido perdía de forma continuada desde hace 11 años con diferentes cabezas de cartel, desde que Zapatero entregó la economía a los financieros y especuladores mediante la imposición del pago de la Deuda como primera exigencia, a través de la reforma constitucional del art. 135.
Esa noche, la de las elecciones generales, Sánchez repetía: “Hemos demostrado que podemos ganar a la reacción y a la involución”. Desde entonces, las idas y venidas de unos y otros marcan la ausencia de un camino claro para formar un gobierno de acuerdo con las exigencias democráticas, nacionales y sociales de la mayoría.
Por sus acciones, Sánchez ha entrado en un círculo vicioso en el que no distingue a los representantes de la reacción y tampoco a los representantes de los sectores con los que debe llegar a acuerdos de gobierno.
La línea que marca el ascenso político de cara a investidura de P. Sánchez viene determinada por la mayoría que fue capaz de aprobar la moción de censura contra el PP, acabando con el Gobierno de las contrarreformas sociales y de la represión contra los trabajadores y los pueblos. Encabezada por P. Sánchez, después ha estado tratando de liquidar esta mayoría para gobernar solo, como si el gobierno fuese un asunto personal de él y de sus amigos. Se expone así a recibir las mayores presiones internas y externas, que le han llevado a incumplir todos los compromisos de la moción de censura: acabar con las leyes mordaza y con la contrarreforma social, negociar con los representantes de la Generalitat una salida política a la crisis de dominación del Estado en Cataluña, …
En sus cartas a Bruselas, Sánchez propone medidas de contrarreforma social, como el despido libre y la liquidación del sistema público de pensiones, que son inadmisibles para la mayoría social y para los representantes políticos de los trabajadores.
No se trata solo de lograr una mayoría de diputados que permita gobernar; se trata de hacer posible que se pueda comenzar a acabar con el pasado de las contrarreformas y abrir un proceso político constituyente de acuerdos que tome como punto de partida las exigencias y demandas irrenunciables de trabajadores y pueblos. Porque en ello les va el trabajo y la salud, los salarios y las pensiones, es decir, el futuro.
Tratar de gobernar con las derechas es un vicio que Sánchez lleva en la sangre, y ya sus seguidores se lo decían desde la misma noche electoral: “¡Con Rivera no!”. Desoyendo a los suyos, y durante dos meses, Sánchez ha cortejado a Rivera y Ciudadanos, tratando inútilmente de obtener su colaboración y apoyo, buscando formar gobierno con los representantes políticos del IBEX-35. La negativa de Rivera y, de otra parte, la de Casado, es la que le ha salvado del fiasco y del más absoluto ridículo político.
La apelación realizada recientemente por diputados del PSOE, que piden al PP una abstención “sin condiciones” en la investidura -en reciprocidad por lo que ellos hicieron con Rajoy-, retrata de arriba a abajo los planes del entorno de Sánchez. A los diputados del PP les dicen que, si se abstienen, “habremos recuperado parte de la cultura política de la Transición que inspiró nuestra Constitución”. ¿De qué se trata?, ¿de preparar el futuro o de mantener el pasado?
Lo cual pone de manifiesto que Sánchez juega con muchas cartas a la vez, y su única convicción firme es la de seguir siendo Presidente de Felipe VI, sea al precio que sea.
La abstención ante la investidura de las derechas de Ciudadanos y del PP le permitiría a Sánchez un gobierno de amiguetes, abandonando con ello todo compromiso de cambio democrático; recolocándose en su sillón de la Moncloa al servicio de la Monarquía, de la OTAN y de la Troika.
Las exigencias de Podemos de tocar poder, sin programa y sin política democrática y social de cambio, y con un Presidente que solo busca mantenerse en el sillón, se convierte en una letanía de Pablo a Pedro, destinada a sentarse en el Consejo de Ministros para apoyar incondicionalmente la investidura de Sánchez. Para ello están dispuestos a renunciar todo y se constituyen en un círculo vicioso de sostenimiento del régimen. Así la política de la izquierda se sitúa entre el arte de gobernar y el arte de engañar a l pueblo.
Las encuestas del CIS, que tienen una buena dosis de cocina monclovita, vienen a desmentir a unos y a otros, poniendo de relieve que casi la mitad de la población apuesta por un Gobierno de coalición del PSOE y Podemos. Pero los diputados de ambos partidos no tienen tampoco la mayoría absoluta de diputados necesarios para investir a Sánchez. Para ello necesitan un acuerdo político de gobierno con los diputados que representan las demandas de vascos, catalanes, gallegos … No es una casualidad que la última encuesta del CIS integre, por primera vez, preguntas sobre posibles cambios constitucionales, para que así se pueda elegir presidente sin tener mayoría absoluta en Corte. Un nuevo golpe que se prepara contra la democracia.
Ante una situación a expensas de la sentencia del Tribunal Supremo contra los dirigentes del proceso catalán, del agotamiento de los Presupuestos que fueron pactados por Rajoy y el PNV, de la extensión de las demandas democráticas de poder decidir acerca de la Monarquía o la República como forma de Estado …, se necesita un gobierno de la mayoría social, de los representantes de trabajadores y campesinos, de la juventud, de los representantes de las nacionalidades históricas. Un gobierno que se apoye en la sólida base de una alianza de trabajadores y pueblos, por las aspiraciones sociales y el ejercicio de la libre federación.
Espacio Independiente, 10 jul 2019
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