El viernes 10 de octubre, el rey Mohamed VI inauguró la sesión parlamentaria con un solemne discurso en el que pretende que Marruecos suscita los celos de los demás por su modelo de desarrollo. Dos horas después, el máximo responsable del Partido Istiqlal y un diputado del PAM se líaba a puñetazo limpio en los pasillos de la sede del Parlamento marroquí.
Una escena digna de las viejas películas del Oeste americano donde los bandoleros sobrevivían gracias a la rapidez con la que desenfundaban sus revólveres.
De esta manera, el rey Mohamed VI fue desmentido por sus propios diputados. El Rey de Marruecos, en necesidad de disimular sus múltiples fracasos tanto a nivel interno como externo, quiso que discurso fuera una lección de demagogia para dar a su país una decoración diferente de la que ofrece la realidad de la situación política, social y diplomática. Su Majestad no dijo ni mu sobre el Sáhara Occidental, “la causa por excelencia de la monarquía”, debido a la carencia de argumentos para justificar la cólera de la comunidad internacional contra Marruecos a causa de su posición tendente a alimentar un conflicto que prevalece desde hace casi 40 años.
El soberano marroquí quiso presentar su política como un éxito que suscita los celos de los demás. Para dar solidez a sus palabras atribuyó al profeta Mahoma una citación que nunca dijo. Según el que la Constitución designa como Comendador de los Creyentes, el profeta musulmán pidió a Dios “que sean muchos los que sean celosos de nosotros” porque, según él, Marruecos alcanzó tal grado de prosperidad que muchos países desearían.
Sus diputados dieron un buen ejemplo de ese Marruecos del que habla su rey.
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