El 3 de octubre de 1975, el Secretario de Estado americano, Henry Kissinger recibió un informe de la CIA en el que analizaba la situación en la antigua colonia española.
Bajo el título de «La invasión marroquí del Sáhara español», el informe hacía un detallado balance de la potencia de los ejércitos español y marroquí y analizaba las consecuencias de una guerra hispano-marroquí en la cual veía como claro ganador a España: «Madrid podría reunir suficientes fuerzas de su propio Ejército para derrotar una invasión marroquí».
Este informe condujo Kissinger a ingeniar una salida para salvar a sus dos aliados de una guerra segura y consolidar su situación política interna deteriorada por la muerte del General Franco y la fuerte oposición que amenazaba la estabilidad de la monarquía marroquí.
Según dicho informe, frente a los «12.000-15.000» soldados marroquíes apostados en la frontera sur para una hipotética invasión militar que finalmente no se produjo, España contaba en la zona con 16.000 efectivos de Tierra y Aire así como una fuerza adicional de 20.000 soldados en las Islas Canarias.
A ello habría que añadir una capacidad adicional española con 51 carros de combate y 35 vehículos blindados, así como 60 caza-bombarderos inmediatamente disponibles. Además dos escuadrones de cazas F-5 y cuatro escuadrones de Mirage III y F-4C de reserva en España.
Según la CIA, una de las preocupaciones de los marroquíes ante una inminente guerra era una posible intervención militar argelina en apoyo del Frente Polisario en un momento en el que aún se esperaba la decisión de la corte del proceso descolonizador del Sáhara Occidental en el seno del Comité de Naciones Unidas.
Sin embargo, a juicio de la CIA, Marruecos jugaría una última carta para internacionalizar el conflicto con el mundo árabe y disuadir así a Argel de entrar en una guerra para favorecer la independencia del Sáhara Occidental a favor del Frente Polisario: «Según informes, Marruecos está organizando una presencia simbólica en Rabat de tropas de Siria, Egipto, la OLP [Organización para la Liberación de Palestina] y posiblemente de Arabia Saudí para disuadir psicológicamente a Argelia de una intervención militar. Sin embargo, no tenemos evidencia de que tropas árabes hayan llegado aún a Marruecos, aunque pequeños contingentes podrían hacerlo rápidamente. Dudamos que la mayoría de países orientales árabes se involucren en un potencial conflicto interárabe excepto para tener algún papel mediador, aunque la OLP puede ser la excepción».
En un documento de cuatro páginas y firmado por el entonces director William Colby, la CIA analiza cuáles serían las demandas de España y Marruecos a Washington.
«Madrid pediría a Washington su apoyo […] El Gobierno español esperaría que la cooperación de defensa entre España y EE.UU. justificaría al menos un apoyo diplomático, particularmente si los marroquíes, contrariamente a las garantías iniciales, emplean armas fabricadas en EE.UU. en el ataque», reporta la CIA en el punto seis del documento.
Por otro lado, «una posición de estricta neutralidad es probable que sea demandada como mínimo por parte del Rey Hassán II si no queremos que las relaciones bilaterales se vean seriamente afectadas».
El documento, dado a conocer por la CIA antes de la salida de Barack Obama de la Casa Blanca, también analiza las repercusiones internas de una guerra potencial entre Marruecos y España para los respectivos regímenes. «Si Marruecos pierde esta apuesta podría conducir a la caída del actual Gobierno en Rabat. Por otro lado, un conflicto duradero y con grandes bajas por el lado español podría podría provocar una crisis política interna en Madrid».
En el informe la CIA se asume que la supervivencia de la monarquía alauita de Hassán II podría depender de su éxito, si finalmente decide llevar a cabo ese enfrentamiento. «Hasta la fecha la mayoría de los marroquíes han apoyado la posición de Hassan respecto al Sáhara español, pero si una apuesta militar fracasa podría asumir serios problemas y ser vulnerable a un golpe de Estado».
En el lado de España, «inicialmente, un conflicto armado con Marruecos uniría a la mayoría de los españoles y serviría al régimen para distraer a la opinión pública de los problemas internos. Si la lucha se encona, sin embargo, la guerra podría convertirse en un asunto que dividiría a los españoles. La división también aparecería en los militares -hasta ahora el elemento más estable de la sociedad española- que eventualmente estaría en desacuerdo sobre las ganancias de involucrarse en la lucha de un territorio que el propio gobierno ya ha anunciado su intención de abandonarlo».
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