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Los servicios de seguridad alemanes anunciaron el lunes el arresto de un ciudadano marroquí sospechoso de espiar a miembros de un grupo de oposición marroquí establecido en Alemania.
La información fue reportada por el diario Suddeutsche Zeitung, que citó fuentes de la oficina del fiscal federal en Karlsruhe. “El lunes, la Fiscalía Federal arrestó a un presunto espía de los servicios de inteligencia marroquíes en la región de Colonia. El hombre ya había sido llevado ante un juez de instrucción y estaba bajo custodia policial”, escribe el medio alemán.
Se le acusa de haber prometido a los servicios secretos « en algún momento indeterminado entre abril de 2021 y marzo de 2022 » espiar a los partidarios de un importante movimiento de protesta marroquí que vive en Alemania a cambio de dinero. De hecho, transmitió información sobre al menos una persona”, agregó.
“No se ha revelado la edad del hombre, que también es marroquí. También allanaron sus instalaciones”, dijo la misma fuente.
Sobre las actividades de espionaje de Marruecos en Espana, reproducimos un artículo publicado en El País firmado por Ignacio Cembrero
A la caza del espía marroquí
El servicio secreto de Mohamed VI es, tras el ruso, el que más agentes pierde en el Viejo Continente
Yassin Mansouri, compañero de estudios del rey, dirige lo dirige desde 2005
Bagdad A., marroquí, de 59 años, se movía con soltura en el seno de la inmigración magrebí en Alemania. Recopilaba “informaciones sobre manifestaciones organizadas por grupos de oposición”, según la fiscalía federal germana. En 2007 se ofreció a los servicios secretos de su país alegando que poseía “una amplia red de contactos” en el seno de la comunidad marroquí. Le contrataron. Cinco años después, el 7 de diciembre, la fiscalía de Karlsruhe le imputó por “actividades por cuenta de servicios secretos extranjeros”.
Bagdad A. es el cuarto marroquí detenido por espionaje en Alemania desde 2011. Todos se consagraban a informar sobre las actividades de sus 230.000 compatriotas allí residentes, excepto Mohamed B., de 56 años, apresado en febrero en Berlín, y que se dedicaba a vigilar a los miembros del Frente Polisario. Cobró por ello 22.800 euros, según la fiscalía.
De todos los agentes marroquíes caídos estos últimos años en Europa, el que hizo más ruido fue, en 2008, Redouane Lemhaouli, de 42 años, un policía de origen marroquí que tenía acceso a las bases de datos del Ministerio del Interior de los Países Bajos. De ahí sacó información sobre “actuaciones contra el rey de Marruecos”, “terrorismo” y “tráfico de armas”, para comunicársela a los espías que, con cobertura diplomática, le habían reclutado.
El caso de Re, el apodo que habían puesto sus compañeros al policía, ha sido el que más repercusión tuvo porque el agente llegó a codearse con la princesa Máxima, esposa del príncipe Orange, y con un miembro del Gobierno holandés. Se sentó a su lado, en primera fila, durante una ceremonia en la que 57 chavales inmigrantes, muchos de ellos de origen marroquí, recibieron diplomas que les habilitaban para trabajar como personal de tierra en el aeropuerto de Rotterdam. Re les había formado.
Meses después, el policía fue expulsado del cuerpo y condenado a 240 horas de trabajos sociales. El que era entonces ministro de Exteriores holandés, Maxime Verhagen, envió una carta a los diputados lamentando “la intervención de sectores o servicios para influir a los ciudadanos de origen marroquí”.
En total, desde 2008 han trascendido 10 detenciones y procesamientos de agentes o expulsiones de diplomáticos de Marruecos en Europa —Mauritania echó también a un undécimo confidente el año pasado—, un número solo superado por Rusia, que en los últimos cinco años perdió a 31 espías en el Viejo Continente.
Los 11 agentes marroquíes trabajaban para la Dirección General de Estudios y Documentación (DGED), el servicio de espionaje exterior de Yassin Mansouri, de 50 años, el primer civil que lo dirige. Es el único servicio de inteligencia que formalmente depende del palacio real de Marruecos y se ha convertido en algo más que un servicio secreto. Es un instrumento de la diplomacia marroquí. La personalidad de su jefe lo explica.
Mansouri forma parte del círculo de estrechos colaboradores del rey Mohamed VI, con el que estudió en el colegio real. Es además el único entre los íntimos del monarca que no ha sido salpicado por un escándalo económico o político.
Su lealtad al futuro rey le provocó incluso, en 1997, ser apartado del puesto que desempeñaba en el Ministerio del Interior por su titular, Driss Basri. Sospechaba que le espiaba por cuenta del príncipe heredero, al que él sí vigilaba por encargo de su padre, Hassan II. Mansouri fue, sin embargo, el único de los amigos de juventud del príncipe que cayó bien a Basri. Ensalzó ante Hassan II su capacidad de trabajo y el rey le envió en 1992 a EE UU para que le formase el FBI.
Nacido en Beejad, en el centro del país, hijo de un alem (sabio del islam), Mansouri recibió una educación religiosa, algo trastornada por las amistades izquierdistas de su hermano, hasta que se le ofreció plaza en el colegio real. Aún hoy día sigue siendo un hombre piadoso que intenta rezar con frecuencia, que no bebe alcohol, ni fuma, ni hace ostentación.
Su travesía del desierto acabó tras la entronización de Mohamed VI, que en 1999 le nombró director de la MAP, la agencia de prensa oficial, desde donde regresó en 2003, esta vez por la puerta grande, a Interior. Durante dos años estuvo al frente de la más importante dirección general del ministerio del que Basri ya había sido expulsado. De ahí dio el salto al espionaje y a la diplomacia discreta.
Mansouri formó, por ejemplo, parte de la delegación marroquí que acudió a Nueva York en 2007 a presentar al secretario general de la ONU la oferta de autonomía para el Sáhara; se sentó varias veces a negociar con el Polisario y se entrevistó en secreto en París, en 2007, con la ministra israelí de Exteriores, Tzipi Livn. En 2008 recibió en Rabat al secretario de Estado adjunto norteamericano, David Welsh, al que expresó su preocupación por la fragilidad del régimen tunecino y la “codicia” de su dictador Ben Ali, según revelaron posteriormente los cables de Wikileaks. Tres años después, Ben Ali fue derrocado. Mansouri fue de los pocos que acertaron en su pronóstico sobre Túnez..
La DGED se ha dedicado, desde su creación en 1973, a vigilar a los exiliados enemigos de la monarquía alauí, antes izquierdistas y ahora más bien islamistas y a los independentistas saharauis. Pero a medida que la emigración marroquí ha ido creciendo también se esfuerza en supervisarla para que no germine en ella el extremismo, para que sea leal al trono.
En España, Marruecos ha elaborado “una estrategia de gran magnitud”, señalaba en mayo de 2011 un informe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) enviado por su director, el general Félix Sanz, a tres ministros. “Su objetivo es extender su influencia e incrementar el control sobre las colonias marroquíes utilizando la excusa de la religión”, añadía. Esta supervisión la ejerce, según el CNI, “a través de su embajada y consulados (…), personal afín”, es decir, agentes de la DGED con cobertura diplomática y confidentes reclutados sobre el terreno. También colabora la Fundación Hassan II, que preside la princesa Lalla Meryem, hermana de Mohamed VI, cuyo presupuesto no está sometido al control del Parlamento.
Prueba del interés de la DGED por la religión fue la intervención de Mansouri, en noviembre de 2008, ante un nutrido grupo de imanes, procedentes de España e Italia, e invitados a Marraquech por el Ministerio de Asuntos Islámicos. Un año antes, Mansouri viajó a Mallorca para reunirse con el que era entonces su homólogo español, Alberto Saiz, y advertirle de que estaba “jugando con fuego” al fomentar en Ceuta el auge de los tablig, una corriente islámica de origen indio, en detrimento del islam malekita que impera en Marruecos.
Acaso sea porque quieren evitar tensiones con Rabat o porque necesitan más su cooperación en la lucha antiterrorista —la DGED ayudó al CNI a resolver el secuestro por Al Qaeda, en Malí, de tres voluntarios catalanes—, lo cierto es que los países del sur de Europa como España, Francia e Italia, aquellos en los que hay más inmigración marroquí, no expulsan ni detienen a agentes de Marruecos. “Sí se producen, pero no trascienden”, matiza un antiguo colaborador del CNI que trabajó en el Magreb.
En 2010, Rabat expulsó a tres agentes españoles, con cobertura diplomática, destinados en Marruecos, pero en el último cuarto de siglo solo una trama de espionaje marroquí en España saltó a la palestra: la infiltración de un topo en Exteriores, en 1990, que obtuvo un informe sobre la conversación del ministro, entonces Francisco Fernández Ordóñez, con un responsable del Frente Polisario.