Hamahu creció en los campamentos de refugiados saharauis, vive en España y la angustia le persigue desde que se enteró de que su padre y su hermano pequeño irían a la guerra.
Roberto Palomo
Hamahu comprendió desde que era niño lo difícil que es la vida en los campamentos saharauis de Tinduf (Argelia). Sufría continuos dolores de estómago y por culpa de la falta de medios sanitarios no podían determinar qué le pasaba. Entonces, la asociación de Apoyo al pueblo Saharaui le brindó una oportunidad.
Hacía ya un tiempo que su madre le avisaba de que viajaría a España aunque en el fondo no pudiera creerlo, pues su imaginario todavía no tenía ni idea de lo que era un avión; apenas tenía cinco años. Cuando llegó el día de su partida rompió a llorar. No aceptaba la idea de irse y dejar a su madre.
“Cuando llegué a España estuve un mes llorando. Pasé de estar en una jaima con mi familia a estar rodeado de personas ajenas que no hablaban mi idioma”, recuerda Hamahu Haddi en la casa de la que considera su segunda familia en Badajoz.
En España fue diagnosticado celíaco y una familia de acogida se hizo cargo de él mientras era tratado de su enfermedad. Poco a poco fue recuperándose, regresó a los campamentos saharauis y volvía a España a pasar los veranos con su familia de acogida como hacen cada año miles de niños saharauis dentro del programa Vacaciones en Paz, que el pasado verano tuvo que cancelarse por culpa de la crisis sanitaria.
Hoy, sus ojos se encharcan cuando recuerda cómo se paraba frente al grifo a abrir y cerrar la llave del agua observando como fluía, limpia y cristalina, sin cesar. Luego, quería desarmar los grifos y llevárselos a los campamentos pensando que, instalándolos en la pared, el agua iba a fluir también allí en medio del desierto al que a él y a su familia les habían condenado a vivir.
Allí nació y se crió Hamahu junto a otros 173.000 refugiados. Un pedazo de desierto argelino en el que, según ACNUR, el 50% de los niños sufre anemia y el 28% tiene retraso en el crecimiento.
Todo comenzó en 1975 cuando el Gobierno español abandonó la colonia del Sahara Occidental y entregó su administración al Reino de Marruecos tras unos acuerdos no reconocidos por el derecho internacional. Comenzó entonces la guerra entre Marruecos y la recién proclamada República Árabe Saharaui Democrática hasta que en 1991 se produjo un alto al fuego y las Naciones Unidas otorgaron a los saharauis el derecho a la autodeterminación, al considerar al Sáhara Occidental como un territorio a la espera de su descolonización. Tras dieciséis años de conflicto, el Sahara Occidental acabó bajo la ocupación marroquí y provocó la huida masiva de personas refugiadas hacia Argelia.
“No soporto la idea de que mi hermano pequeño esté ahí y yo no. Es algo que me supera, preferiría ir yo y que él se quedara en casa”, asegura Hamahu
Apego por transmisión oral
Desde una jaima en los campamentos de refugiados argelinos de Tinduf, Hamahu creció escuchando las noticias del conflicto saharaui que su abuelo sintonizaba en la radio nacional saharaui mientras le preparaba el mismo desayuno de siempre, pan con té. Si había suerte, algún día le untaba mermelada. Una infancia marcada por una causa que comparte con toda una generación que lleva una vida sobreviviendo gracias a la ayuda humanitaria, esperando un referéndum que nunca llega y sin haber conocido nunca su patria
“Nuestros padres y abuelos siempre nos trasladaron los cuentos de cómo era nuestro país y cómo se vivía allí y lo hacen de una manera tan intensa que acabas sintiéndote saharaui aunque nunca haya podido poner los pies en mi país.”, cuenta este joven de 25 años.
A los 18 años obtuvo el estatus de refugiado en España, pudo completar un grado superior en anatomía patológica y hoy trabaja como auxiliar de enfermería en la UCI del hospital Infanta Sofía de Madrid. Precisamente allí recibió la noticia que le hizo pasar uno de los peores días de su vida.
“Estaba trabajando cuando un amigo me envió un mensaje diciendo que acabábamos de entrar en guerra con Marruecos. Lo único que hacía era calmar mis pensamientos porque sabía que en ese momento mi única decisión sería dejar todo e irme al frente”, cuenta Hamahu asegurando que ya tenía pensada la ruta que haría, tomar un vuelo a Estambul y de ahí a Mauritania para unirse al frente.
La decisión de volver a las armas por parte del Frente Polisario —el partido político que gobierna en el RASD— se produjo a finales del pasado octubre, cuando alrededor de cincuenta refugiados saharauis se manifestaron exigiendo al Consejo de Seguridad de la ONU la celebración del referéndum de autodeterminación que llevan casi treinta años esperando. Ante la persistencia de la protesta saharaui en el paso fronterizo del Sáhara Occidental con Mauritania el ejército marroquí entró en la franja desmilitarizada y el Frente Polisario consideró roto el acuerdo de alto el fuego firmado con Rabat en 1991. Al día siguiente, declaró el estado de guerra.
Al día siguiente de la declaración del estado de guerra, más calmado se puso en contacto con su padre, le confirmó la noticia y le dijo que él y su hermano pequeño, Brahim, de apenas 19 años, irían a combatir
Más calmado se puso en contacto con su padre, le confirmó la noticia y le dijo que él y su hermano pequeño, Brahim, de apenas 19 años, irían a combatir. Su padre no iba a impedir lo que muchos padres estaban permitiendo a sus hijos, ir a la guerra a luchar por su país.
Brahim y Hamahu tienen otros tres hermanos más pequeños, uno de catorce y dos mellizos de siete años. Debido a la diferencia de edad, los que más momentos han compartido en la infancia han sido ellos dos. Desayunaban juntos, iban a la misma escuela, jugaban al fútbol con otros niños y daban de comer a las cabras de su familia. Por eso, cuando su hermano le dijo que iba a comen
zar la instrucción militar para después unirse al frente, la inquietud se adueñó de él.
zar la instrucción militar para después unirse al frente, la inquietud se adueñó de él.
“No soporto la idea de que mi hermano pequeño esté ahí y yo no. Es algo que me supera, preferiría ir yo y que él se quedara en casa”, asegura Hamahu.
La incertidumbre es otro sentimiento que desborda a Hamahu. El hecho de no saber cómo se desarrollarán los acontecimientos le hace vivir en una constante preocupación al no saber cómo podrá afectarle en su vida. Desde que se reavivó el conflicto bélico no deja de seguir las noticias en los medios de comunicación, las tertulias de los analistas y redes sociales de los que están en el terreno. Pero en algunos momentos también sueña. Sueña con pasear con su familia por el Sahara Occidental pues eso querrá decir que su pueblo es libre y habrá podido regresar al país que nunca conoció.
El Salto Diario, 25 ene 2021
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