Intereses económicos, estratégicos y militares, con fondo de lucha contra el terrorismo o supuesta salvaguarda de los derechos humanos, Marruecos no cesa de extender sus redes de influencia en Francia. A cambio de ventajas y prebendas, Rabat ha consolidado una élite fiel, presente en una pléyade de planos, susceptible de defender sus intereses en el Hexágono. La elección del “presidente del cambio”, Emmanuel Macron, no ha modificado un ápice la ascendiente marroquí sobre el país.
Los expresidentes Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, antiguos ministros como Rachida Dati, Dominique de Villepin, Dominique Strauss-Kahn, Jack Lang, Élisabeth Guigou y Najat Vallaud-Belkacem; hombres de negocios con el peso e influencia de Xavier Beuilin, intelectuales de la talla de Bernard-Henri Lévy, personalidades del mundo del arte y la cultura, como el escritor Tahar Ben Jelloun, e incluso actores y humoristas como Gad El Maleh y Jamel Debbouze, por no citar más que unos pocos nombres, franceses “puros” o binacionales franco-marroquíes; desempeñan un rol destacado en la salvaguarda y promoción de Marruecos en el Hexágono. “Cualquiera de ellos puede ser activado, en uno u otro momento, para transmitir o vehicular un determinado mensaje, o incluso para defender, de forma directa, intereses marroquíes. A cambio, las ventajas francesas en Marruecos son preservadas”, asegura Vladimir de Gmeline, periodista del semanario Marianne y autor de un reportaje de investigación sobre las redes de influencia de Marruecos en Francia. Es una relación que va mucho más allá de lo formal, ya sea a nivel institucional o jurídico, adentrándose en lo estrictamente humano. “Hasán II, monarca autoritario, tan elegante como brutal, fue el iniciador de ese particular enfoque diplomático que se apoya en lazos de confianza, en muchas ocasiones personales, como los que él mismo mantenía con Jacques Chirac”, destaca de Gmeline.
“Una de las principales funciones de esta élite es la defensa de la monarquía marroquí, presentándola como única en la región, argumentando que los marroquíes aún no están preparados para la democracia y que el régimen encabezado por Mohamed VI es la mejor protección posible contra la amenaza islamista”, declara el también periodista Omar Bruksy, autor de La République de Sa Majesté (París: Nouveau Monde, 2017), que aborda los entresijos de este influyente colectivo en los planos político, económico y mediático. Las redes al servicio del poder marroquí en Francia, que funcionan como una suerte de diplomacia paralela, han sido fraguadas en gran medida por André Azoulay, consejero de origen judío de Hasán II y de Mohamed VI, y padre de Audrey Azoulay, la exministra francesa de Cultura nombrada el pasado mes de noviembre como directora general de la Unesco. “Una élite que no rechaza las invitaciones a los palacios del Reino ni a los jugosos contratos que se presentan ante sus ojos, y que se esfuerza por vender una imagen de un Marruecos moderno, abierto y progresista bajo los auspicios de su monarquía, cerrando los ojos sobre las violaciones de los derechos humanos y la máquina represiva aún operativa en el país”, enfatiza de Gmeline.
En defensa de una “monarquía ilustrada”
“Cuando alguien como Bernard-Henri Lévy, con todo su poder de influencia mediática, defiende el régimen monárquico y presenta al rey de Marruecos como el mayor demócrata de toda la región magrebí, o cuando alguien con el carisma y los seguidores del humorista Jamel Debbouze no cesa de alabar la bondades de la monarquía, es difícil presentar la realidad del régimen marroquí, con todos sus claroscuros”, enfatiza Bruksy. Marruecos gasta importantes cantidades de dinero para mantener y reforzar estas redes, a través de los más diversos formatos y mecanismos, ya sea con la organización de festivales, conferencias, encuentros, sufragando la edición de libros, viajes, invitaciones a hoteles de lujo… No podemos obviar que la monarquía marroquí funciona también como una gran empresa, con ramificaciones en el sistema económico francés a través de inversiones directas y alianzas entre grupos controlados por el rey y grupos franceses. Además, el rey y la familia real han hecho de Francia su Marruecos particular, residiendo Mohamed VI gran parte del año en su palacio de Betz, localidad de apenas 1.200 habitantes situada a 60 kilómetros al noreste de París. Para de Gmeline, “es difícil encontrar un fenómeno similar en alguna otra parte, de tal amplitud y calado”.
Los jefes de Estado que han sucedido a Jacques Chirac no han modificado un ápice el estado de cosas, avivando Sarkozy, Hollande y Macron la interrelación sui generis con la monarquía marroquí. Según de Gmeline, “es inquietante ver a nuestros presidentes, primeros ministros y parlamentarios precipitarse a Rabat apenas nombrados, escucharlos explicar que no hay mejor aliado en el continente africano que Marruecos, polo de excelencia económica, monarquía ilustrada en ruta permanente hacia la democracia, muro contra el islamismo radical y tierra de contrastes, entre tradición y modernidad; si bien es evidente que las cosas no son tan simples”. Eso sí, cada nuevo presidente francés intenta imprimir su propia huella. Emmanuel Macron no ha sido una excepción, imponiendo a nuevos actores para consolidar la relación con Marruecos, si bien, tal y como afirman colaboradores muy próximos al presidente, éste prefiere el contacto directo con Mohamed VI, sin intermediarios de ningún tipo. La última persona reclutada por Macron ha sido Leila Slimani, escritora franco-marroquí ganadora del Premio Goncourt en 2016, nombrada representante personal del presidente para la francofonía, llamada a jugar un rol estratégico en el eje París-Rabat. A pesar de las nuevas incorporaciones, las tradicionales redes se mantienen intactas alrededor de personalidades conocidas.
Justicia a la carta para Rabat
Una profunda crisis diplomática entre Marruecos y Francia se instaló en febrero de 2014 porque un juez de instrucción francés quiso citar al máximo responsable de la Dirección General de la Seguridad Nacional (DGSN) y, al mismo tiempo, de la Dirección General de Vigilancia del Territorio (DGST, en sus siglas en francés), el contraespionaje marroquí, Abdelatif Hamuchi, cuyo nombre figuraba en la instrucción de varios casos por torturas. El desencuentro duró algo más de un año, traduciéndose, a instancias de la parte marroquí, en un bloqueo oficial de la cooperación judicial entre Rabat y París, si bien los inconvenientes también afectaron, de forma subrepticia eso sí, a otros ámbitos clave de la relación, como la seguridad, y de forma particular al intercambio de informaciones en materia de lucha antiterrorista, y la economía. Encallada la situación, en junio de ese mismo año el entonces presidente, el socialista François Hollande, resolvió ocuparse personalmente del dossier para lo cual entró en contacto con Élisabeth Guigou, presidenta de la Comisión de Asuntos Exteriores en la Asamblea Nacional francesa y exministra de Justicia. La opción de Guigou no fue fortuita, ya que se trataba de una nativa de Marruecos, país donde vivió hasta sus 18 años de edad, manteniendo significativas conexiones en el corazón de Palacio a través de André Azoulay, consejero de Mohamed VI.
“Hollande encomienda a Guigou el establecimiento de contactos discretos con las altas esferas del poder en Rabat para determinar cuáles son sus expectativas concretas y atajar una de las crisis bilaterales más profundas desde la publicación en 1990 de Nuestro amigo el rey, de Guilles Perrault”, afirma Bruksy. El trabajo de Perrault, al que Bruksy hace mención, destapó hace ya casi tres décadas los crímenes cometidos por Hasán II contra su pueblo con la aquiescencia de las élites políticas francesas, desatando, de paso, las iras marroquíes. El todopoderoso ministro del Interior marroquí, Driss Basri, acudió en persona a París para significarle a su homólogo galo, Pierre Joxe, la ira de Hasán II, impeliéndolo a interrumpir la comercialización del libro. La inacción francesa, su negativa a prohibir la difusión de la obra, una medida arbitraria y liberticida que no sería comprendida por la opinión pública francesa, hace que el régimen marroquí reaccione con virulencia, acusando al Elíseo de ser el auténtico instigador del libro, multiplicando las acciones y campañas contra intereses franceses y bloqueando numerosos documentos de la agenda bilateral. “Rabat llegó a orquestar la compra en grandes cantidades de mi obra para que no fuese accesible al gran público y, de este modo, paliar su efecto en la opinión pública”, recuerda Perrault, cuyo libro sigue a día de hoy proscrito en Marruecos.
Apenas un mes después del encargo hecho por Hollande, la que fuera titular de Justicia francesa efectuó una primera visita a Marruecos, donde se reunió con el soberano y varios de sus consejeros. “Mohamed VI manifestó (a Élisabeth Guigou), abiertamente, su exasperación contra el poder judicial francés, exigiéndole una solución legislativa para proteger a los altos mandatarios de su régimen ante eventuales persecuciones en el Hexágono”, explica Bruksy. En la mente del rey estaba el informe del general Hosni Benslimane, quien era el máximo responsable de la Gendarmería Real, objeto, junto con otros altos mandos, de una orden de arresto internacional emitida en 2007 por el juez francés Patrick Ramaël por su presunta implicación en la desaparición de Mehdi Ben Barka, líder opositor a Hasán II. Según explica Bruksy, “la demanda marroquí es muy precisa y pretende la aprobación de disposiciones legales para que los magistrados franceses dejen en manos de sus homólogos marroquíes los casos que impliquen a altos dirigentes del régimen”.
A su vuelta a París, el Gobierno encomienda a Guigou la elaboración de un protocolo adicional a la convención de cooperación judicial en materia penal entre la República francesa y el Reino de Marruecos. “¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nuestros amigos marroquíes? Son capaces de solucionar sus asuntos y allí la Justicia es totalmente independiente”, aseguraba Guigou en la comisión parlamentaria frente a juristas y representantes de ONG. Finalmente, en enero de 2015, un borrador del protocolo adicional fue presentado a Mohamed VI. “El monarca y sus consejeros se muestran satisfechos y, tras su visto bueno, el proyecto ya puede ser adoptado por la Asamblea Nacional”, expone Bruksy.
Macron, portavoz de Palacio
Invitado en junio de 2017 para compartir un ftour de ramadán, el “desayuno” que marca la ruptura del ayuno durante el mes sagrado musulmán, Emmanuel Macron, no dudó en erigirse el defensor del poder marroquí. En la rueda de prensa posterior a su encuentro con Mohamed VI fue interrogado sobre la ola de represión que se abate sobre el Hirak (movimiento) contestatario en el Rif desde hace meses, donde cientos de personas han sido arrestadas, entonces Macron rompió públicamente una lanza a favor del poder de Rabat. “Tras la discusión que hemos mantenido (con Mohamed VI) no albergo temor alguno a ningún tipo de voluntad represiva, de la naturaleza que sea”, afirmó sin ambages del presidente francés, convertido en portavoz de Palacio, que hasta el momento no había proferido comentario alguno sobre la situación en la región rifeña. “Mientras la opinión pública francesa es condicionada por su principal mandatario con respecto a las bondades de la excepción marroquí, el monarca moderno no duda en reprimir cualquier tipo de oposición a sus poderes casi absolutos, a la sazón en el Rif”, condena Bruksy. Esta primera visita de menos de 24 horas de Macron a Marruecos como presidente de Francia, sin ningún ministro, pretendía mostrar la proximidad entre París y Rabat, una amistad que, en ocasiones, trasciende lo racional.
El gesto cobra mayor importancia si se tiene en cuenta que la primera visita de Estado de Macron a un país del Magreb fue a Argelia y que, por tanto, para no molestar al rey de Marruecos, se imponía algún tipo de iniciativa. La solución, una rápida visita en la que se pretendían poner de relieve las relaciones personales. Unas relaciones que, en el caso de Macron, se remontan a cuando éste era gerente del banco de negocios Rothschild, y fue el artífice de una importante transacción entre el grupo de Xavier Beulin, líder del sector agroindustrial francés y presidente de la Federación Nacional de Sindicatos de Productores Agrícolas (FNSEA), y la Sociedad Nacional de Inversiones (SNI), el holding real. Como miembro del Consejo de Vigilancia del Instituto de Prospectiva Económica del Mundo Mediterráneo (IPEMED), un think tank creado en 2006 por Jean-Louis Guigou, marido de Élisabeth Guigou, y cuyo consejo de orientación integra el propio André Azoulay, Beulin adquirió el 41% de la empresa de aceite Lesieur Cristal por 130 millones de euros. Mientras que se negociaba la compra durante 2011, en constante comunicación con Aziz Akhannouch, ministro de Agricultura marroquí, próximo a Mohamed VI y hombre de negocios, uno de los más ricos del Reino; Xavier Beulin ejercía presión en los pasillos del Parlamento europeo para conseguir que se adoptara el acuerdo agrícola Marruecos-UE, finalmente promulgado el 16 de febrero de 2012.
Baluarte en la cuestión saharaui
La capacidad de Marruecos para movilizar sus redes de influencia en Francia está particularmente acentuada cuando se trata de defender su posición en la cuestión del Sáhara Occidental. A modo de ejemplo, Rabat dio al traste con la candidatura de Laila Aïchi a las elecciones de 2017 para la novena circunscripción de los franceses del extranjero, por la formación de La República en Marcha (LREM), de Emmanuel Macron. Arnaud Leroy, entonces miembro de la dirección colegial de LREM, declara que “tras recibir numerosas presiones, Aïchi fue apartada para evitar un incidente diplomático con Marruecos, ya que ésta se había manifestado contraria a la ‘ocupación’ marroquí del Sáhara Occidental”. El sustituto de Leila Aïchi fue el francés de origen marroquí M’jid el Guerrab, quien siempre había militado en el Partido Socialista antes de integrar, in extremis, LREM, gozando con el apoyo de figuras políticas francesas y marroquíes, como Jack Lang, Aziz Akhannouch o el propio André Azoulay. El Guerrab fue elegido diputado, obteniendo el 76% del total de votos de los franceses de Marruecos. “El Sáhara Occidental es el único conflicto a evitar, a cualquier precio, con Rabat, ya que podría degenerar en un desencuentro susceptible de derivar en crisis bilateral”, estiman fuentes diplomáticas galas destinadas en Rabat.
“Francia adopta una escrupulosa neutralidad diplomática de fachada, pero no es un secreto que en lo concerniente a la cuestión saharaui París es un aliado incondicional de Marruecos”, señala el politólogo y exministro marroquí Abdellá Saaf. Neutral en apariencia, Francia es muy activa en lo referente al diferendo del Sáhara Occidental. Cuando en 2015 Estados Unidos quiso adoptar una resolución en Naciones Unidas que hacía extensiva la Misión para la celebración de un referéndum en el Sáhara Occidental (Minurso) al control de los derechos del hombre en la zona, Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad, redobló esfuerzos hasta el último minuto para que este proyecto fuera retirado. Para Saaf, “es una evidencia que Francia no aceptará nunca un Estado independiente saharaui o que esta región no sea controlada por Marruecos”. Una cuestión paradigmática, central para Marruecos, en la que las redes de influencia del país magrebí en Francia se mantienen vigilantes en aras de la defensa de los intereses estratégicos de Rabat en la antigua provincia española.
David Alvarado
Fuente : esglobal.org, 05 junio 2018
Tags : Marruecos, Francia, Sahara Occidental, lobbying, cabildeo,