Marruecos construyó en Sahara Occidental el muro militar más grande del mundo. Por Eugenio G. Delgado desde Tinduf (Argelia) Con 2.720 kilómetros, la barrera que separa en Sahara Occidental las zonas ocupadas por Marruecos y las liberadas por el Frente Polisario, representa el muro militar en uso más largo del mundo y el segundo de todos los existentes, solo por detrás de la Muralla China. Desde la distancia de seguridad obligatoria de cinco kilómetros, impuesta por un campo repleto de minas, el muro que separa las zonas liberadas de las ocupadas de Sahara Occidental –el único territorio de África aún sin descolonizar, y cuya potencia administradora reconocida internacionalmente continúa siendo España– solo parece un gran montículo de arena en medio del desierto. Sin embargo, con unos prismáticos o un teleobjetivo se puede ver a los soldados marroquíes y sus puestos de vigilancia. Este muro militar, desconocido y silenciado, es el que cuenta con mayor longitud del mundo en uso, con 2.720 kilómetros, y es el segundo más largo del planeta, solo por detrás de la Gran Muralla china (21.196 km). En una época en la que el actual presidente de EE. UU., Donald Trump, ha puesto tan de moda los muros con su deseo de continuar el que ya existe entre su país y México –con una longitud de 1.123 km–, hay que señalar, por comparar y por situar en su justa medida el que divide Sahara Occidental, que la barrera israelí en la Cisjordania palestina mide 819 kilómetros; el muro que se levanta entre Pakistán e India es de unos 750; el que divide las dos Coreas mide 248 kilómetros; 12 tiene la valla de Melilla; y 8 la de Ceuta. El histórico Muro de Berlín alcanzó 155 kilómetros. El muro de Sahara Occidental no es una construcción lineal, sino una sucesión de seis barreras construidas entre 1980 y 1987, en plena guerra entre el Frente Polisario y Marruecos, después de la ocupación alauita –con la Marcha Verde, en 1975–, y de la retirada definitiva de España de su provincia número 53, un año después.
Una idea de Israel
«Cuando Mauritania abandonó el conflicto en 1979, el Frente Polisario había conseguido recuperar el 80 % del territorio saharaui y teníamos que concentrarnos únicamente en un enemigo: Marruecos. En 1980 solo estaba bajo su dominio lo que Hassan II llamaba «el triángulo útil», formado por El Aaiún, por la pesca; Bu Craa, por los fosfatos, y Esmara, más el punto de Dajla, al sur, también de una riqueza pesquera enorme. Además, el Ejército saharaui realizaba incursiones en el sur de Marruecos. Como veían que iban a perder esta guerra de guerrillas de desgaste, unos asesores militares israelíes aconsejaron a Hassan II que pasara de la táctica ofensiva a la defensiva y que construyera el muro. El régimen marroquí es el régimen árabe más cercano a Israel de toda la historia, y muchos judíos marroquíes viven en este país, lo que explica esta relación tan cercana. Por ejemplo, el promotor de los acuerdos de paz entre Egipto e Israel en la guerra de los 70 fue Hassan II» –Casablanca acogió en marzo de 1979 la firma de dicho acuerdo, que puso fin al estado de guerra en el que vivieron ambos durante más de 30 años–, asegura Mohamed Uleida, militar y ahora director del Museo Nacional de la Resistencia, situado en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia).
Tiba Chagaf, cofundador de la plataforma juvenil Gritos contra el muro marroquí, añade otro detalle: «La ex ministra de Cultura francesa, y ahora directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay, es judía marroquí, su familia proviene de Essaouira y su padre, André Azoulay, ha sido consejero de los reyes de Marruecos Hassan II y Mohammed VI. Por eso, la UNESCO no reconoce la cultura saharaui ni la protege del exterminio en los territorios ocupados. La idea de construir el muro fue de Israel, desde luego, pero apoyada por la técnica e ingeniería francesa y estadounidense, y económicamente sustentada por Emiratos Árabes, Arabia Saudí y el resto de monarquías del Golfo. No se sabe cuánto costó construirlo, pero sí que durante la guerra, Marruecos se gastaba casi un millón de euros diario solamente en mantenerlo».
Esta plataforma organiza visitas al muro cada dos meses, más dos grandes concentraciones en Semana Santa y Navidad. Instalan una jaima gigantesca enfrente de él en su parte norte, realizan actividades culturales e informativas y, en definitiva, son los que más se acercan al «muro de la vergüenza», como ellos lo definen. Su objetivo es visibilizarlo internacionalmente, concienciar a los jóvenes saharauis sobre su existencia, y «recordar a los soldados marroquíes que hay gente dueña de esta tierra que sigue reclamándola, que no se apague la llama de la lucha».
¿Cómo es el muro?
Chagaf describe físicamente el muro marroquí: «Delante de él se extiende una amplia franja minada. Luego, una alambrada. A continuación unas trincheras, seguidas de una pared que, dependiendo del lugar, es de piedra, adobe o arena, y que mide entre uno y tres metros, donde se encuentran más de 150.000 soldados marroquíes. Detrás de este ejército, hay una trinchera de dos metros, porque el Frente Polisario tiene unos tanques que pueden superar obstáculos de 1,5 metros. Encima de la construcción están los radares y las ametralladoras. Y, por último, en la retaguardia disponen de unidades pesadas como tanques, carros de combate blindados o morteros».
«Mantener todo eso cuesta hoy 3,5 millones de euros diarios, ya que cada cinco kilómetros hay una base con dos puestos de vigilancia, a derecha e izquierda, con radares que tienen una cobertura de 60 kilómetros a la redonda, y entre cada una de estas bases, otra sub-base militar, además de 240 baterías de artillería pesada y 20.000 kilómetros de alambrada de espino. El dinero que se gastan los marroquíes en el muro viene de tres fuentes principales: la primera, de la ayuda generosa de los saudíes y las monarquías del Golfo; la segunda, de lo que se está expoliando de territorio saharaui, ya que los ingresos que genera el fosfato que utiliza EE. UU. y el pescado que comen los europeos acaban en este muro; y la tercera, los millones de euros que da la UE a Marruecos, bajo el pretexto de combatir la inmigración ilegal», subraya el soldado Mohamed Uleida.
Ni la embajada de Marruecos en España, ni el Consejo Real Consultivo para los Asuntos de Sahara, contactados para conocer su opinión sobre el muro, han ofrecido respuesta alguna sobre esta instalación.
Según la Campaña Internacional para la Prohibición de la Minas Antipersona (ICBL, por sus siglas en inglés), red mundial que engloba a 70 países y que trabaja para la prohibición de este tipo de explosivo y de las bombas de racimo, Sahara Occidental es una de las diez zonas más minadas del mundo.
La iniciativa internacional Together to Remove the Wall (Juntos para retirar el muro) estima que, a lo largo de esta fortificación, hay más de 7 millones de minas. «No se puede calcular con exactitud el número total de minas que hay, porque también existen muchas en las zonas ocupadas y Marruecos no deja entrar allí a los organismos internacionales. Únicamente se puede estimar el número que hay en el muro, que se sitúa entre 7 y 10 millones de minas de diferentes tipos: antitanque, antipersona, restos de obuses sin explotar y bombas de racimo, de fragmentación, resultado estas últimas, de los bombardeos aéreos. En el resto del territorio no se puede concretar con exactitud, pero hay estimaciones que elevan la cifra hasta los 40 millones», comenta Malainin Mohamed Brahim, director de la Oficina Saharaui de Acción contra las Minas (SMACO, por sus siglas en inglés). A principios de 2019, el Frente Polisario destruyó 2.500 minas antipersona y antitanque recogidas en los territorios liberados ante representantes de la ONU.
2.500 personas fallecidas
Desde ICBL calculan que más de 2.500 personas han muerto desde 1975 en Sahara Occidental debido a este armamento. Las víctimas no se limitan al período del conflicto abierto entre ese año y 1991, ya que en 2018, por ejemplo, hubo 22 fallecidos. El equipo de Acción contra las Minas de Naciones Unidas (UNMAS, por sus siglas en inglés) señala que el 80 % de las víctimas son civiles.
«Hemos realizado un censo, aunque solamente incluye a los supervivientes, y hemos llegado a 1.700 personas. No tenemos números sobre las víctimas mortales, pero estimamos que la cifra que indica ICBL es la correcta y alcanza los 2.500 muertos», comenta Aziz Haidar, presidente de ASAVIM, la Asociación Saharaui de Víctimas de Minas, damnificado él mismo por una de ellas en 1979, a consecuencia de la cual le amputaron las dos piernas. Aziz añade: «En la asociación hemos ayudado a más de 600 personas. Desde facilitarles muletas, prótesis, sillas de ruedas, medicamentos, camas para personas paralíticas o ayudas económicas para poner en marcha pequeñas cooperativas o negocios». «Las personas que más sufren las minas son los beduinos, por ser nómadas, y sus rebaños de camellos. Además, las víctimas aumentan en tiempo de lluvias porque el pastoreo abunda en las cercanías del muro. No son solo saharauis los que vienen a pastorear en los territorios liberados. También de la vecina Mauritania, porque hay buenos pastos que no hay allí», señala Malainin, director de SMACO.
Aziz destaca también otros dos problemas: «Cuando hay lluvias, el agua arrastra las minas ya localizadas hacia zonas que no tenían o que estaban desminadas, y no se puede saber dónde quedan. El muro es una máquina que está sembrando minas por todas partes. Parece que tiene vida para matar. Por otra parte, la buffer zone (zona intermedia) se extiende a lo largo del muro, con cinco kilómetros de ancho. Como consecuencia del acuerdo de alto el fuego de 1991 entre Marruecos y el Polisario, en esa zona no pueden entrar ni el Polisario ni la ONU, pero es la zona más infectada por minas y restos de guerra. Los civiles sí acceden a ella, por lo que se producen muchas explosiones y víctimas. Pedimos a la ONU que rectifique y que puedan entrar las asociaciones que realizan el desminado».
Una separación más que física
La barrera física que representa el muro conlleva, además, otro tipo de separaciones menos visibles. «Divide culturalmente a un pueblo. La mayoría vive bajo ocupación marroquí –el 40 % de la población de El Aaiún, y el 20 % de Dajla es saharahui–, y hay una estrategia estudiada para hacer desaparecer la identidad saharaui. Por ejemplo, no hay una sola universidad en los territorios ocupados, y los saharauis tienen que ir a estudiar a Marruecos. El hasanía es un dialecto que desaparece, también desaparece nuestra vestimenta y se está produciendo un expolio cultural constante. Somos hijos de las nubes. Tenemos una cultura que no está escrita, es oral, y va de la cabeza de una persona a la de otras. Si estamos divididos físicamente, se pierde y se deteriora. Cada abuelo que se nos va, es una biblioteca que desaparece», lamenta Tiba Chagaf, cofundador de la plataforma Gritos contra el Muro.
Malainin Mohamed Brahim, director de SMACO, insiste: «El muro nos priva de nuestras riquezas naturales y de un nivel de vida digno porque, desde hace 43 años, vivimos de la ayuda internacional en los campamentos de refugiados, cuando nuestro territorio es de los más ricos del mundo. Estamos pidiendo limosna cuando tenemos de todo. Estamos en territorio argelino, no es nuestra casa, y no queremos vivir eternamente en la casa del vecino. Hemos enterrado a nuestros padres y abuelos lejos de nuestra casa. Nosotros y nuestros hijos queremos volver y vivir en nuestro país».
«El muro separa familias enteras. La mía está en el Aaiún ocupado. Tengo 14 hermanos: 11 están en los territorios ocupados, yo en los campamentos, y otros dos en España. También obstaculiza la agricultura, porque no permite que los ríos sigan su curso natural. El muro los bloquea y, de un lado, encuentras tierras fértiles y del otro solo desierto. También evita la libre circulación de las personas. Sahara Occidental está encerrado herméticamente con este muro. Es una gran cárcel que tiene preso a un país entero. El muro significa que la guerra continúa», concluye el presidente de ASAVIM, Aziz Haidar.