En IU Dos Hermanas hacemos un almuerzo cada año coincidiendo con el día elegido para la Marcha por la Paz. A esa comida invitamos a los niños y niñas saharauis que vienen a nuestro pueblo (20 en este año) y a las familias que los acogen a través de la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui, a la que hacemos entrega de una cantidad recaudada en la propia comida. Y por la tarde, como cada año, como hoy, nos vamos a la manifestación en Sevilla.
Es verdad que a veces tienes la sensación de ritual que se repite año tras año. Seguramente, muchos querrían que esa reiteración degenerase en cansancio y decepción, y de esta manera llegase un momento en que la conciencia acabase desvanecida del todo y ya nadie se acordase del pueblo saharaui, definitivamente desterrado de su patria, desperdigado y errante, sin más futuro que procurar no olvidar, al menos, su propia memoria.
Pero esa sensación, igual que sucede en otras fechas señaladas en el calendario -igual que hay a quienes el Facebook les rememora las citas con las procesiones-, tiene un componente de reafirmación intelectual (ya incuestionable la ideológica y la que te empujó del lado de la solidaridad y no de la caridad). Inútil pedirle a un árbol que abandone sus raíces y se cambie de campo.
Hay personas que cada año, como si siempre fuera provisionalmente, dedican muchas horas de esfuerzo a la causa saharaui. Estas personas, como yo mismo pienso, saben que tal vez quede mucho para que se haga realidad la independencia y la libertad del Sáhara; sin embargo, el paso del tiempo que quede por venir, sea el que sea, no es la circunstancia que nos mueve. Lo que nos mueve es la más absoluta convicción de justicia, y eso, por muchos años que pasen, no se agota.
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