A veces me elevo, doy mil volteretas
A veces me encierro tras puertas abiertas
A veces te cuento porque este silencio
Y es que a veces soy tuyo y a veces del viento
A veces de un hilo y a veces de un ciento
Y hay veces, mi vida, te juro que pienso:
¿Por que es tan dificl sentir como siento?
Sentir ¡como siento! ¡Que sea dificl!
-Cuando nadie nos ve- (Alejandro Sanz)
La música amenizaba de fondo, muy bajita, casi en modo ambiente. La mesa se iba llenando por momentos de las más suculentas tapas. Patatas fritas, aceitunas, huevos rellenos, tortilla, y mis queridas croquetas, cómo no,… Todo casero. Y con cariño. Menos mi postre. Que lo llevaba con mucho cariño, sí, pero comprado, bajo mi vergüenza y responsabilidad. Sé que la excusa de falta de tiempo puede sonar a eso, a excusa, pero últimamente es lo que hay. Falta de tiempo, pero sobre de todo, de experiencia. Y de aquí, un guiño a mis mamis que cocinan tan bien, que cualquiera compite con ellas. ¡No seré yo, Dios me libre!.
En torno a la mesa discurrían las más variopintas conversaciones, algunas muy clásicas entorno a los estudios, trabajo, anécdotas de nuestra época “loca”, amores y desamores. Otros, sin embargo, debatían efusivamente sobre el futuro político del país. Todo un intercambio de “Yo haría”, “Lo que no puede ser” “Hay que votar siempre”. Yo, de verdad, pienso que mis amigos, les hacen los deberes a los tertulianos del debate de la Sexta noche, sin duda.
Mi grupo, somos de lo más heterogéneo y homogéneo que os podéis imaginar, si es que es posible. Amiga de ellas desde que me alcanza la memoria y amiga de ellos, desde que entraron a formar parte de sus vidas. Y afortunada yo, de tenerlos a todos a mi lado. Como dicen, los amigos de mis amigos, son mis amigos. Parejas incluidas.
El tiempo cambia y se vuelve cada vez más escaso, cada vez disfruto más de estas reuniones. Cada vez más ocasionales, pero a la vez, más interesantes. Me gusta, me encanta observar a cada uno de mis amigos, reír sus gracias y discutir de lo que haga falta. Que para eso estamos.
Que es bien cierto que hoy en día, y gracias a las nuevas tecnologías, todos estamos mucho más conectados y sabemos los unos de los otros con tan solo un click. Vivimos al instante. Pero es curioso también comprobar cómo esa mayor conectividad genera a su vez un menor contacto físico. ¡La de cafés que estamos desperdiciando!
Bueno voy, a lo que voy que me enrollo y no paro.
En esas conversaciones salió el tema estrella por estas fechas: Benda, ¿pero los niñ@s saharauis que venís no os da pena volver? Tiene que ser muy duro ¿verdad?, me decía mi amiga Ana, toda una experta en interrogatorios, y entre silencio y silencio, casi todas las miradas se dirigían a mí, como si lo que yo fuera a comentar en ese momento, nos salvase de algo. Y, si… me hicieron reflexionar.
Y aquí, os lo cuento.
Dicen…
Que todo lo que se nos presenta en la vida, lo hace con un motivo. Absolutamente todo, y todas y cada una de las personas que conocemos, lo creamos o no. Vienen con un propósito auténtico y único. Real y sólido. Un porqué con respuesta, aunque no lo parezca, al menos de entrada. Un para qué más que preciso. Una intención bien definida que nos lleve a una finalidad muy clara. Una razón que no siempre es fácil entrever y a veces es hasta difícil de digerir.
Los niñ@s, aterrizan en nuestras casas, para quedarse.
Algunos dirán que de la nada. Y como si nada. Como si fuera incluso posible. Como esa visita inesperada que te encuentra desprevenida y fuera de juego. Llegan de sorpresa, como si hubieran aguardado el momento perfecto detrás de alguna esquina. Mirando de reojo, decidiendo cuándo sí y cuándo mejor no. Como si hubieran andado de puntillas hasta haber llegado a tu lado. Para elegir. Para saludar. Para entrar sin avisar. Y sin resistencias.
Y claro que se acaban adaptando. Y ahí aparecen nuestras inseguridades, los miedos, el ¿qué hago en esta situación, qué le digo?…etc. Esas inquietudes que sacamos a relucir queriendo y sin querer. Las que más. Las mismas que tan a menudo nos impiden ver lo que tenemos delante. O justo al lado, tocándonos apenas lo necesario para recordarnos el valor de la decisión que hemos tomado. Las que nos colocan un fino velo en los ojos para filtrar lo que vemos y lo que no.
El tiempo, pasa volando. Y tanto, si pasa volando.
Quédate con que, el tiempo vuela, pero más volarán vuestras conversaciones. Tardes de piscina. Helados, infinitos kilos de pipas, y largas carreras en bicicleta. Apura los minutos de espera cada vez que le digas que se prepare, cárgate de paciencia porque son/somos lentos por pura genética. Olvídate de esas prisas con las que vives el resto del año, y ve poco a poco aprendiendo a priorizar: esto sí, esto no. Todo lo que en otra ocasión contarías junto a una taza cargada de café.
Porque de un gesto tuyo, inesperado y casual, vendría uno mejor y más multitudinario. Con sabor a quiero y puedo. Rodeada de una buena compañía, de las mejores, de las que por años que pasen, siguen intactas. Tu familia y amigos, que se sumarán a esta aventura llamada “vacaciones en paz”. De las que te acaban sabiendo a poco y acaban pensando en la próxima.
Qué bonita forma de atesorar momentos veraniegos. Dos meses diferentes, monótonos en un principio. Que no prometían mucho, hasta que empiezan a prometer muchísimo. Que empezaban como otro cualquiera, hasta que se transformaron en dos semanas que valdrían la pena recordar. Y no por grandes cosas, sino por un pequeño “accidente” como diría mi amigo Adrián.
Y de ahí, se crean los lazos bien fuertes, que ninguna tijera puede cortar.
Y es que dicen, que una sonrisa, es la mejor de las medicinas que podamos tomar. Se prescribe sin receta y sin ser titulado médico. Se contagia con asombrosa y gran facilidad sin importar raza, edad o sexo. Liberan todo tipo de analgésicos naturales que no los busque en farmacias, no, porque no los encontrarás.
Una sonrisa trae felicidad, para ti y para todos aquellos que estén contigo. Genera confianza, buen rollo y positivismo. Atrae, seduce y enamora. Es el mejor vestido que puedas llevar puesto y no hay maquillaje que la iguale. ¡Y es gratis! Cosa rara en estos tiempos.
Es llave que abre la puerta de las reconciliaciones, esas que en ocasiones parecen insalvables. Es capaz de obrar milagros, calmar tempestades y crear las mejores melodías musicales. Es capaz de aliviar nuestras penas, aunque no las solucione, eso es cosa nuestra. Nos relaja, nos da energía, nos da vida. Nos damos vida.
No la escondas y compártela, dicen que no es bueno ser egoísta.
Un gesto sencillo, pero especial. De los que nos gustan a todos. De los que debería ser un hábito diario, como lo es comer no sé cuántas piezas de fruta al día y hacer ejercicio. Derecho y deber. Sonreír sí o sí. De los que nacen solos, sin pensarlo, sin obligarnos a hacerlo. Natural y espontáneo 100%.
Alguien me dijo una vez que las casualidades no existen.
Que nada ni nadie llega a tu vida por cuestión del tan socorrido azar, o por haber sido bendecido por la tan deseada suerte. O por cualquier otra excusa que se quieran inventar. Ni por haber tentado y haber ganado la partida, sea la que sea. Ni siquiera por haber sido tocado por alguna varita mágica o creer en su existencia.
Benda Lehbib Lebsir.
Fuente : 1niñosaharaui
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