Javier Valenzuela
Fuente : El País, 3 dic 2010
Si Mohamed VI y su majzén pensaban que, a diferencia de algunos periodistas españoles y franceses, la embajada de Estados Unidos en Rabat y su consulado en Casablanca mandaban a Washington informes hablando de las bellezas naturales e históricas del reino, de la variedad de colores y olores de sus mercados, de las delicias del cuscús y el té a la menta, del humor y la hospitalidad de sus gentes, del lujo y confort de sus grandes hoteles, de su imparable apuesta por la combinación de tradición y modernidad, si era eso lo que cavilaban, se habrán llevado un chasco monumental al leer los cables fechados en 2008 y 2009 conseguidos por Wikileaks y publicados por EL PAÍS y otros cuatro diarios internacionales.
Resulta que la embajada y el consulado de un país tan amigo, de un protector tan imprescindible, de una potencia tan amante del orden, de un promotor tan vigoroso de los negocios, enviaban a la ciudad del Potomac informes hablando de corrupción, burocracia e ineficacia. Justo como esos malditos periodistas. De hecho, tanto se parecían esos cables a las crónicas periodísticas que hasta intentaban imitar su estilo e incluían títulos como Todos los hombres del Rey (All the King?s men) y Un cuento de proporciones reales (A tale of royal proportions) .
Porque sí, y ahí está lo que duele, los diplomáticos norteamericanos en Marruecos mentaban en sus cables lo tabú: al mismísimo rey. Osaban decir, y con ejemplos concretos, que el monarca y la gente de su estrecha confianza tenían una « glotonería vergonzosa » -sí, tales eran sus palabras- a la hora de llevarse comisiones por proyectos inmobiliarios en el reino. No, no se dedicaban los diplomáticos yanquis a despotricar de los guías y vendedores de alfombras de los zocos. Ni se limitaban a contar algo tan sabido como que el tráfico de hachís dobla incluso los ingresos por turismo. Ni tan siquiera a informar de la picardía de aquel funcionario de la Policía que se dedicó a importar motos BMW cuando supo que éstas eran las que iban a equipar a las fuerzas de seguridad. Ni a señalar que para conseguir licencias de construcción en Casablanca había que soltar unas buenas mordidas a funcionarios más o menos altos. Los diplomáticos estadounidenses, esa gente a la que tantas veces se había invitado a cuscús y mechui, apuntaban con el dedo al mismísimo Rey y sus grandes amigos Fuad Ali el Himma y a Mounir Majidi.
Ya puestos a no respetar ni lo más sagrado, el embajador Riley enviaba en agosto de 2008 un despacho a Washington describiendo el estado de las Fuerzas Armadas Reales como en proceso de modernización, de acuerdo, pero lastradas por la corrupción, sí, otra vez esa palabra, y también por la ineficacia burocrática, el bajo nivel de educación y el alto riesgo de radicalismo.
¿Es que se han hecho comunistas los diplomáticos estadounidenses? Así lo parece, Majestad. Porque, si no, cómo explicar que, en mayo de 2008, el consulado de Casablanca enviara a Washington un cable en el que, tras reconocer el despertar urbano y económico de esa metrópolis, añadiera la observación de que sería preciso que la prosperidad fuera « compartida más extensamente » para beneficiar a « todos los segmentos de la sociedad ».
¿Reaccionarán el Palacio Real, el Gobierno y la prensa adicta a esas revelaciones con la misma susceptibilidad con que lo hacen a los artículos publicados en determinados periódicos de Madrid y París? O, ya puestos, a las resoluciones del Congreso español. Affaire à suivre.
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