PEDRO COSTA MORATA
El País, 30 AGO 1978
La base de la argumentación marroquí -y de Goytisolo- está en los pretendidos e inagotables derechos históricos sobre buena parte de Africa del Noroeste, recogidos y formulados por Allal El Fassi, líder del Istiqlal. Esta manifestación ex pansionista procede -mezcla de sueño y ambición- de una parte importante de la burguesía nacionalista marroquí, que halló en las imprecisiones. de la historia la clave de su expansión y hegemonía. Aunque la monarquía quiso ser la enterradora de los fervores -y peligros- nacionalistas (¿quién liquidó al Ejército Nacional de Liberación después de la operación Ecouvillon?) hubo de asumirlos, a su manera, por su propia supervivencia. Fracasadas las experiencias reivindicativas sobre Argelia (guerra de octubre de 1961) y contra la República Islámica de Mauritania, los esfuerzos se orientaron a desquitarse a base de las posesiones de España en la región.La grotesca «marcha verde»
Las reivindicaciones sobre el Sahara occidental están desprovistas de fundamento histórico y quiebran en lo político, pero fueron realimentadas por la retrocesión de la «zona sur del protectorado » (que no tiene nada que ver con el Saguiet el Hamra y Río de Oro) y que tampoco había correspondido nunca a Marruecos. Del irredentismo histórico al expansionismo fascista, no hay más que un paso y a mi juicio, se consiguió dar con la invasión armada del Sahara occidental. Aquí se ha revelado diáfanamente la potencialidad fascista del sueño de El Fassi, y también en las frecuentes amenazas y bravatas sobre territorios de Argelia y Mali, (por razones obvias, pero que interesaría que se nos explicaran, las reivindicaciones sobre Mauritania están en el congelador). Del nacionalismo romántico e interesado se ha pasado a un subimperialismo expansionista que conviene frenar a todos los pueblos de la zona. Recuperar a base de bombardeos con napalm y otras lindezas unos territorios evolucionados políticamente no puede calificarse de otro modo. De todos modos convendría saber, para enjuiciar debidamente sus fervores, cómo es el mapa del Marruecos histórico que Goytisolo propugna, incluyendo sus opiniones sobre Mauritania.
En cuanto al clamor popular sobre el Marruecos histórico me voy a permitir dudar absolutamente a la vez que me reafirmo en la tristeza que me inspiraba la grotesca marcha verde, esencialmente igual a las demostraciones de la plaza de Oriente y básicamente manipulada por el aparato publicitario real, una vez que Kissinger, Rabat y Madrid convinieron en que era la forma más adecuada de liquidar con honra el asunto. En un país como Marruecos, de explotación salvaje del trabajador, de feudalismo económico y de ausencia de libertades prácticas lanzar al pueblo a aventuras expansionistas, por muy «históricas» que se presenten, no puede hacerse sino con el engaño descarado y opresivo tan familiar en nuestros pagos. Está claro que son los problemas interiores los que preocupan al régimen; para neutralizarlos, el «gran Marruecos» resulta extremadamente útil.
Los prejuicios colonialistas, para quien los tenga
Ni que decir tiene que comparto todas y cada una de las aseveraciones dirigidas contra los colonialistas españoles y la: miopía eurocéntrica de los partidos obreros españoles de antes y después de 1931. Pero Goytisolo descarga sobre, éstos, innecesariamente, gran parte del peso de sus argumentaciones; estamos de acuerdo, pero nada de esto tiene que ver con el tema que nos ocupa, que es la validez o no de la causa saharaui y la justificación o no de las pretensiones marroquíes. Poco tiene que ver en esto lo que decía Largo Caballero o dicen González y Azcárate (estos personajes dicen lo que haya que decir y dejarán de decirlo cuando haya que dejar de decirlo: la seriedad política no va por ahí).
La reconstrucción del Estado histórico desmembrado por la intervención europea, a base de no contar con la voluntad de sus habitantes, en contra de lo que opina Laraui, significa ahora una operación fascista-expansionista que solamente un Istiqlal estimulado por la gran burguesía, unos partidos de izquierda sin bases y humillados constantemente por el trono y un monarca que se juega a esta carta su supervivencia pueden promover. No veo al pueblo por ninguna parte en toda esta fanfarria colorista, amenazante y exultante y sí veo la misma miseria de hace cinco años y las cárceles ocupadas por izquierdistas y revolucionarios (con y sin partido) que se niegan a jugar el juego nacionalista y suelen apoyar la causa saharaui.
No es la unidad marroquí la que se ventila en este conflicto sino, en definitiva, la afirmación de un statu quo social y político en un Marruecos que juega un papel fundamental en la estrategia imperialista de Occidente, especialmente en el marco de la OTAN. Se trata de un sistema reaccionario que secuestra al pueblo con pretextos fraudulentos y supone un peligro constante para otros pueblos del área. Y aquí no voy a excusar a Argelia (cuyo régimen me resulta notablemente más simpático que el de Marruecos), que actúa movida por el mismo imperativo del equilibrio en la región, pero rehuso claramente el situar el problema saharaui en un duelo entre los Estados argelino y marroquí.
Mal que pese, Marruecos juega, a nivel internacional, el papel reaccionario y Argelia, el progresista; y esto no lo van a impedir las variaciones goytisolianas sobre progresismo y reacción, generalmente conceptos de sentido común (político). Apoyar un movimiento político emancipador surgido de una situación colonial y estructurado y definido en una guerra contra ocupantes colonialistas, primero, y neocolonialistas después, resulta bastante digno, incluso sabiendo cuál es el interés material que Argel tiene en el tema. Los movimientos revolucionarios tercermundistas han necesitado ayuda -y la han obtenido casi siempre- en países amigos, próximos o lejanos.
El tema, como casi todo, es opinable; pero mi definición del conflicto no es, desde luego, «choque de dos nacionalismos opuestos», sino aparición de un movimiento de liberación popular y antiimperialista opuesto al expansionismo marroquí y ayudado en la revolución argelina. Sus orígenes no son los que señala, muy simplistamente, Goytisolo -deseo franquista y estímulo argelino- sino que obedecen a factores culturales, políticos, geográficos y, desde luego, históricos.
El nacionalismo poético de los adheridos a causas expansionistas forzosamente es contradictorio y adolece de enfoques absolutos que no pueden servir. Los problemas que suscita la cuestión saharaui son sustancialmente políticos, puesto que hay que admitir la voluntad de un pueblo y la naturaleza de dos regímenes diferentes, en una estrategia amplia de potencias e intereses en la zona. ¿Cómo no hablar de Francia, USA, URSS, de el Estrecho, el Mediterráneo, la OTAN, etcétera?. ¿Cómo va a reducirse todo a la tirria argelino-marroquí, sin dar a los saharauis el peso debido y sin reconocer el interés de Occidente en un Marruecos configurado políticamente como en la actualidad?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 30 de agosto de 1978
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