Federico Mayor Zaragoza
Desde hace 35 años el problema del antiguo protectorado español sigue pendiente de solución. El pueblo, como todos los pueblos, sufre las consecuencias de la carencia de un Sistema Internacional dotado de la autoridad necesaria para resolver rápida y eficazmente cuestiones de esta naturaleza.
Lo cierto es que las Naciones Unidas, sobre todo desde el término de la “Guerra Fría” y el principio de la “globalización”, han sido progresivamente marginadas por las grandes potencias, que las han sustituido por grupos integrados por los países más ricos de la Tierra (G-6, G-7, G-8… G-20). Como era de esperar, la gobernación plutocrática a escala mundial ha sido un fracaso enorme tanto desde el punto de vista económico y medioambiental como político y ético.
Se han invadido países sin el acuerdo del Consejo de Seguridad (Kosovo, Irak…) y se ha impedido el normal funcionamiento de la “casa de todos los pueblos”, cuyas Resoluciones han sido reiteradamente ignoradas. Lo mismo ha sucedido con las Sentencias de la Corte Internacional de Justicia.
Israel, arropado indefectiblemente por Norteamérica, ha conseguido hacer vanos todos los intentos de solución de su sexagenario conflicto con Palestina, dificultando con todo tipo de maquinaciones el establecimiento del Estado palestino.
Al igual que Israel en Cisjordania Marruecos ha construido un largo muro en el Sáhara. Y ha impedido a continuación que se alcancen los acuerdos necesarios… que, hay que insistir en ello, únicamente el arbitraje de las Naciones Unidas podría llevar a buen puerto, porque conocen la realidad (mucho más compleja de lo que parece y se empeñan en mostrarnos, con ambiciones geo-estratégicas de países colindantes…) y pueden interpretar correctamente las lógicas aspiraciones del pueblo saharaui sin caer en fórmulas que no beneficiarían en realidad a quienes deben ser los auténticos y únicos beneficiarios de las mismas.
Sólo unas Naciones Unidas dotadas de los recursos de personal, técnicos y financieros precisos tendría la autoridad jurídica y moral para actuar en favor de los pueblos más agraviados. Sólo a estas instancias superiores y plurales corresponde decidir sobre la autonomía, autogobierno, referendum… con la celeridad y rapidez que es necesaria y apremiante.
España, después de la “Marcha Verde” y el contexto en que finalizó el Protectorado, debe fomentar el fortalecimiento del multilateralismo al tiempo que condena enérgicamente el uso de la violencia –el mismo día en que se reunían en Nueva York representantes del Gobierno de Marruecos y del Frente Polosario- así como la prohibición a los medios de comunicación para describir fidedignamente lo que sucedía.
Es lógico y plausible que los ciudadanos españoles muestren su amistad con los saharauis para que, por fin, se resuelva su largo litigio y puedan vivir con dignidad y paz, deslindando, en toda la medida de lo posible, las distintas facetas de una cuestión con múltiples dimensiones. Lo que es ilógico es que los pescadores de aguas revueltas aparezcan entre la muchedumbre cuando nunca hicieron nada para acortar distancias y favorecer procesos, siendo además firmes partidarios en España de un sistema centralista, de un nacionalismo españolista en lugar de federal.
Reaccionemos todos ayudando de verdad al pueblo saharaui a alcanzar justicia, rehuyendo presiones que podrían ensombrecer su futuro en lugar de esclarecerlo. Y, además de gritar en su favor, actuar generosamente y exigir a los gobiernos que promuevan, de forma inmediata y en primer lugar para estos casos que llevan tantos años esperando una solución justa, la adecuada actuación de las Naciones Unidas y de la Corte Internacional de Justicia.
Los “globalizadores” ya han demostrado su completa incapacidad. Ahora debemos pasar del G-20 al G-196!
Fuente: La fuerza de la palabra, 18 nov 2010
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