En su conflicto con la ONU, el rey de Marruecos parece haber asimilado y aprendido perfectamente la política de provocación del líder norcoreano, Kim Jong-un. Cuanto más aumenta la presión de la ONU, más multiplica las provocaciones contra el organismo internacional.
Ambos regímenes están protegidos por una potencia mundial. Corea del Norte, por China, Marruecos por Francia. Las condenas internacionales y las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU o las presiones ejercidas, respectivamente, por París y Pekín, no dieron ningún resultado. A pesar de ello, tanto dirigentes chinos como franceses, incluso muy molestos por estas continua bravuconadas, no tienen la intención de abandonar a sus respectivos aliados. Sobre todo porque son conscientes de que los riesgos de aumentar la escalada hasta la confrontación militar directa entre, por una parte, Corea del Norte y Estados Unidos, y Marruecos y el Frente Polisario, por la otra, son, hay que reconocerlo, pocos.
Si Kim Jong-un responde a las advertencias de la comunidad internacional con nuevos lanzamientos de misiles, el último de ellos tuvo lugar hace a penas una semana, Mohammed VI afirma su testarudez prohibiendo al Secretario General de la ONU visitar El Aaiún, capital del Sahara occidental, para inspeccionar la misión de la ONU que se encuentra ahí desde hace 25 años. Más todavía, Rabat procedió, pocos días después, a la expulsión de gran parte del contingente de la MINURSO en respuesta a la decisión de Ban Ki.moon de visitar a los campamentos de refugiados saharauis y la base onusina de Bir Lahlu.
Haciendo caso omiso de las advertencias de la ONU, Kim encadena los tiros de provocación. Mohammed VI, siguiendo los pasos de su homólogo coreano, sigue desafiando a la comunidad internacional. Ambos dictadores son conscientes de que el precio a pagar por estas repetidas provocaciones es inexistente, lo que les da una casi impunidad gracias al veto de sus aliados en el Consejo de Seguridad.
Esta declarada voluntad de confrontación con Naciones Unidas puede ser una simple retórica con objetivos domésticos para mostrar que los dos regímenes van bien y tienen la iniciativa en esta confrontación.
En Corea del Norte, Kim Jung-un agita la amenaza de un ataque nuclear contra Estados Unidos. En Marruecos, Mohamed VI, al no tener el suficiente valor para invadir los territorios liberados del Sáhara Occidental, recurre a pequeñas artimañas para proyectar una imagen de fuerza al pueblo marroquí y ocultar su debilidad y los efectos de la presión de la ONU contra el régimen marroquí. Esta presión se encuentra en los continuos llamamientos de la ONU que recuerdan el estatuto legal del Sahara Occidental como territorio no autónomo y el derecho inalienable del pueblo saharaui a la autodeterminación.
De entre estos gestos qui parecen gestos de desesperación se halla la última decisión de Marruecos de asfaltar la ruta entre el muro defensivo marroquí y el puesto fronterizo mauritano de El Gargarat. Una decisión que podría ser la última locura del régimen de Mohamed VI que mantiene, desde hace 40 años, a la población saharaui en una gran prisión cerrada a periodistas y políticos extranjeros que no tienen la costumbre de beneficiarse de las privilegios de la hospitalidad de La Mamounia.
Esta salida marroquí, que viola las términos del alto el fuego de 1991, suena como un nuevo desaire a la ONU. Sobre todo porque va acompañado por el anuncio de la próxima apertura de una fábrica de municiones.
Por lo tanto, en un declarado « estado de guerra », el conflicto con el embajador Christopher Ross, seguido de otro con el propio Secretario General Ban Ki-moon, el despliegue de su ejército en la zona de Gargarat, las amenazas con expulsar a toda el contingente de la MINURSO, el régimen empuja la barra de las provocaciones hasta el máwimo con el fin de consolidar su posición en las negociaciones sobre el estatuto definitivo del territorio saharaui.