Por: Ricardo Sánchez Serra
Entré a tiendas Wong y me encontré con una persona que creí era mi amigo, aunque la palabra precisa es “conocido”. No mencionaré su nombre verdadero y solo diré que se llama “Blackwater”. El peruano “Blackwater”.
Con él conversábamos sobre el tema del Sáhara Occidental y la invasión de Marruecos. Se mostraba amigo de los saharauis y de Argelia.
De pronto se le vio defendiendo la posición de Marruecos en la IV Comisión de la ONU contra los saharauis. Algunos diplomáticos y amigos comunes mostraron sorpresa por ese cambio de posición y por supuesto a mí también.
En una recepción diplomática en Lima acudió el canciller saharaui y “Blackwater” quería conocerlo, se lo presenté y el diplomático saharaui le dijo “así que usted viajó con la sangre derramada de mi pueblo a Nueva York”. A “Blackwater” se le puso roja la cara y quedó avergonzado.
Poco después el hacker “Chris Coleman” reveló documentos auténticos cifrados y encriptados del Ministerio de Asuntos Exteriores de Marruecos y en ellos “Blackwater” aparecía,que el viaje a Nueva York se lo habían pagado en “business class”, alojado en un lujoso hotel, movilidad y comida todo pagado y además le daban 2.200 dólares de viáticos. Todo por hablar contra los saharauis.
En otro documento aparecían conversaciones mías con él, que “Blackwater” a su vez las había chismeado con la embajadora marroquí Oumama Aouad –una interventora en los asuntos internos y hasta espía en el Perú- y que ella había informado a su Cancillería. Él había mostrado mucha “amistad” a Marruecos. ¡Claro, si le pagaban y lo invitaban a Marruecos como si uno viajara a Chosica!
En otros documentos marroquíes se descubrió la podredumbre de Marruecos: sobornaban a funcionarios de la ONU, espiaban al secretario general de la ONU, pagaban a periodistas para que escribieran contra los saharauis y contra Argelia, invitaban como soborno disfrazado con viajes a personalidades políticas, intelectuales, periodistas y, asimismo, practicaban la “diplomacia del fosfato” para sobornar a gobiernos. Y estas revelaciones las publiqué en mis columnas de opinión mencionando algunos nombres.
Volviendo a la anécdota que me encontré con “Blackwater” en Wong, este se mostraba disgustado por alguna palabra que le endilgué, y yo le retruqué sobre su viaje y el pago que había recibido. Él me manifestó que no tenía por qué darme la información de quiénes le pagaron.
Entonces le expresé que le iba a explicar cómo viajé yo a Nueva York (pasando el sombrero con los amigos, solicitando a un religioso que me consiga un convento en Nueva York para alojarme, etc). “Blackwater” me dijo agresivamente: “no me interesa cómo viajaste”.
En esta áspera conversación le retruqué refiriendo que “no me vas a negar que recibiste los 2,200 dólares y eso significa que eres un mercenario”.
“Anda vete a la p…., eres un h… de p…” me insultó temblándole la cara. “Igual tú”, le dije agregando “yo no soy un mercenario y tú sí eres. Debería darte vergüenza que un intelectual se comporte así y hable de esa manera”.
Y se fue. A los mercenarios hay que llamarlos por su nombre.