Soñé que fuí victima

Hace dos noches tuve una pesadilla de esas que marcan por dentro. Un sueño vivido, como llaman los psiquiatras a esos sueños en los que uno se entrega por completo y se deja llevar por las emociones y las sensaciones, pero dormido. Soñé que volvía al Muro y que en esta ocasión había mucha gente. Banderas, cánticos y caras conocidas con un cúmulo de sentimientos enfrentados. Quizá fuera por el recuerdo de las imágenes grabadas del accidente de Brahim Hosein en 2009; por las de mi amigo Chino, que se salvó milagrosamente a primeros de este año, o quizá por la acumulación de testimonios de otras víctimas que me contaron con pelos y señales sus respectivos dramas, el caso es que mi subconsciente conformó un conjunto de sensaciones perceptibles en mi sueño, haciendo que en mi camino pisara una mina y sintiera desde el dolor más indescriptible que uno pueda imaginar hasta la soledad profunda de quien se enfrenta a solas con su Dios pidiéndole misericordia.
A partir de ahí, el sueño se convirtió en una frenética carrera de imágenes concatenadas. En todas, un componente: soy española. De verdad, siendo mujer y extranjera las cosas se piensan y se elaboran alrededor de otra manera. Las imágenes de mi particular calvario yendo y viniendo en un eterno devenir por hospitales, se superponían a otras que parecían viajar en paralelo, en las que se informaba sobre mí. Leía cada cosa… Me di cuenta de que a veces somos animales políticos transformados en presas de la política. De repente, de ser yo quien escribía sobre las víctimas, se empezó a escribir y a hablar de mí. Personas que no he visto en mi vida se erigían como amigos íntimos y los amigos que yo creía íntimos se habían esfumado. Veía como si estuviera en una ventana el sufrimiento de mi familia, el de mis padres, el de las personas que más me quieren y no podía hacer nada por consolar su dolor. Atada de pies y manos por la impotencia repetía desde aquel cristal perdón, perdón, sé que me lo dijisteis…
Soñé que, al fin, implicarme con las víctimas servía para algo y que me alegraba de haber pisado esa mina, porque en este país de insolente silencio respecto a esta realidad tan cruda, tuvo que explotarle una mina a una española para que se denunciaran casi como afrenta personal ese maldito muro y sus millones de minas… Soñaba cómo mis amigos y compañeros participaban en una rueda de prensa del Ministro de Exteriores español, ese García-Margallo al que siempre ataco, en la que él hablaba como si me conociera y exigía a Marruecos la firma de los Tratados Internacionales de Prohibición de Minas y Municiones en Racimo. ¡Hay que ver lo que son los sueños…!
Lo más curioso fue sentir la soledad terrible que tantas veces me contaron las víctimas. Cobraron de repente sentido muchas frases dichas en momentos de especial sentimiento, cuando las verdades se ponen sobre la mesa y el alma se descompone.
Me di cuenta de que es cierto que no importaba qué parte me faltaba, qué miembro de mi cuerpo arrancó esa mina. De repente, lo importante era que hubo mina, que hubo víctima y que se puede contar con imágenes, mientras poco o nada se piensa sobre lo que supondrá después para esa persona que protagoniza tan dantesca escena. Veía como si hubiera salido de mi cuerpo cómo todos hablaban del muro marroquí en el Sahara Occidental -eludiendo hábilmente ese nombre que no me gusta de Muro de la Vergüenza-… Hablaban de las minas, de mi sangre que tiñó una tarde la arena del desierto, de cómo soy o cómo piensan que soy… Pero nadie, nadie me preguntaba cómo estoy o cómo me siento.
Me encontré cara a cara con el cinismo ambiental que me mandaba ánimos en forma de expresiones de repulsa, pero que ignoraba mi percepción de lo sucedido, mi voluntad y hasta mi fe, a la que me encomendaba una y otra vez agradeciendo seguir estando. No hubo visitas, más allá de las de mis allegados, excepto las de los políticos oportunistas que venían a hacerse la foto y segundos antes de que entrara la prensa preguntaban perdona… ¿Elisa, verdad? Es grotesco. Y es esa la soledad que sentí, la misma que me daba patadas en el estómago y que me gritaba por dentro Por favor, ¿quién me devuelve la voz?
Una pesadilla que me hace reflexionar y lo hago en voz alta, porque creo que os lo debo, empezando por ti, compa. Pienso si esta iniciativa de Dar Voz a Las Víctimas, que partió de nuestra mejor voluntad y de nuestro compromiso con ell@s, es un acierto o si, por el contrario, ahondamos en un sufrimiento personal que no sé si sabemos transmitir en toda su extensión. Ellos y ellas nos lo pidieron, que contásemos sus experiencias, sus sentimientos, para apelar a los de los demás, a ver si por la vía del dolor de humano a humano se extendía el concepto de la barbarie que suponen las minas y se internacionalizaba la necesidad de desmantelar el Muro. Hoy, que aún me perturba el sueño la sensación de saberme a salvo de mis propios miedos, temo que alguna de las víctimas pueda pensar que la usamos como presa de la política, con la frivolidad que proviene de quien no siente ni padece su mismo sufrimiento. Pido perdón por soñar sentimientos, por contarlos, por sentirlos y por si no he sabido transmitirlos tal y como son. Es que me duele por dentro porque ahora les entiendo por completo.
© Elisa Pavón
Foto: © Joaquín Tornero
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