Por Emilio Cárdenas (cardenas@eldiario.com.uy)
.Al rey de Marruecos, Mohammed VI, le gusta salir a caminar en “blue jeans”. Como uno más. Por esto, los corresponsales extranjeros que cubren lo que sucede en su reino lo han apodado gráficamente: “King Cool”, que podría traducirse en el Río de la Plata como el “Rey Canchero”.
No obstante, la realidad es generalmente bastante más compleja. El joven rey está absolutamente en mora en cuanto tiene que ver con la vigencia de las libertades individuales y de los derechos humanos (particularmente respecto de los “saharawis”, esto es del pueblo originario del Sahara Occidental, territorio que permanece ilegalmente ocupado por Marruecos), así como respecto de la democracia misma.
Ahora, lo que no es demasiado sorprendente, los “jihadistas” lo tienen como uno de sus muchos blancos y enemigos. Lo que cada vez debería preocuparle más, ante el sostenido avance de los movimientos fundamentalistas en el norte de África. Sin demasiados controles.
Las protestas callejeras -como en tiempos de su padre, Hassan II- son reprimidas duramente y los disidentes que se animan a hablar en público van a parar con sus huesos a la cárcel. Poco ha evolucionado Marruecos en ese sentido con el cambio de monarca.
Tras quince años de reinado, Mohammed VI sigue siendo un líder autoritario y, más aún, represivo. Y, también como su duro padre, recurre frecuentemente al humo que levanta al proponer presuntas reformas constitucionales en dirección a ampliar el margen de libertad que, apenas cosméticas, pronto se frustran contra una dura realidad que ciertamente no cambia: la del autoritarismo. Las promesas de apertura del monarca marroquí muy pocas veces se concretan. Son, en general, biombos. Apenas eso.
En ese escenario, la presencia de la oposición crece. Los desafíos al monarca también. Pero muchos son, simplemente por eso, acusados de terrorismo y terminan en las cárceles del reino. Selectivamente. Para peor, los jueces no son independientes, sino que actúan con frecuencia como meros agentes sumisos al poder. Muchos de ellos, entonces, son poco y nada confiables en materia de defensa de los derechos humanos.
El monarca ha enfrentado sucesivamente a los políticos opositores, a los sindicalistas, a las organizaciones de la sociedad civil y, ahora, a los islamistas. En el camino, se ha llenado de enemigos. Demasiado. Lo que preocupa. Pero, por ahora al menos, ha tenido buen éxito en transmitir la imagen de que su reino está, poco a poco, derivando hacia el mayor respeto de las libertades individuales y los derechos humanos. Aunque la realidad es muy distinta. Particularmente cuando se trata de perseguir a los “saharawis” que reclaman los derechos soberanos y de auto-determinación que les corresponden respecto del Sahara Occidental. A quienes, por lo demás, se reprime constantemente, sin mayores fronteras, ni reparos en la acción.
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Fuente: El Diario
* EXEMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ARGENTINA ANTE LAS NACIONES UNIDAS.