Dom, 13/07/2014
Soportan 50 grados de temperatura hasta que el frío de la noche cae sobre sus enclenques brazos. Agotados de chutar descalzos, entre rocas y arena, ese balón que representa el anhelo de un futuro futbolístico, se envuelven en una manta.
Cubiertos hasta la cabeza, para que nada les devele, se recuestan en el suelo para conciliar el sueño. Quizás antes piensen en Susana, o en Charo, o en Antonio, o en las personas que cada verano los acogen, con cariño, en sus casas.
Quizás piensen en aquellos que tuvieron la suerte de vivir en un lugar donde el hambre se sacia abriendo un frigorífico. Allí donde el agua corre fría o caliente a gusto de cada cual. O en esa película que vieron en el cine, acomodados en grandes butacas, donde cientos de monigotes amarillos les hacían estallar en carcajadas.
Puede que se pregunten por qué ellos tienen que vivir en un campo de refugiados donde el agua se acumula en cisternas y el rugir del estómago es un ruido al que están acostumbrados. Tal vez se planteen por qué su cine se ve en sábanas blancas sobre un camión y cuál es el conjuro que colorea los estadios en el televisor.
Su identidad, perdida tras la invasión marroquí, les convierte en el pueblo sin estado. Ese territorio que sedujo a cámaras, micrófonos y plumas periodísticas, pero que después de 40 años no merece ni un resquicio del espacio de los medios.
Nos hemos olvidado del doloroso recuerdo de quienes fueron expulsados de su tierra, tras arrebatarles su vida en busca del petróleo que ennegreció su futuro. Y todo con el consentimiento del resto de estados, que ignoran su compromiso en pro de la descolonización. Violan su dignidad, se ríen de sus libertades y las voces de las ongs, que aún persisten en la lucha por conseguir un Sahara libre, no consiguen movilizar a la ONU que se comprometió a organizar un referéndum obedeciendo al derecho de autodeterminación.
También han desoído la insistente lucha de los Amigos del Pueblo Saharaui, que pelean por la reconquista de tres generaciones. No pueden devolverles lo que les quitaron, pero cada año vuelcan sus esfuerzos en el envío de caravanas solidarias repletas de alimentos, medicinas, fuerza y ánimos. Tampoco pueden cambiar el destino que les ha tocado vivir a esos niños que cada verano visitan el porvenir que no les dio la casualidad ni la causalidad. Pero, al menos, les regalan unas vacaciones en paz.
Fuente : El Correo de Burgos, 13/07/2014