Por Emilio Cárdenas
Hasta ahora, los frutos de la « primavera árabe » habían sido frustrantes. En algunos casos, realmente magros. Particularmente en Egipto, Libia, Yemen y Siria. Luego de deponer a los respectivos gobiernos autoritarios, las protestas en esos países quedaron atrapadas en un diálogo poco fecundo. Presumiblemente como consecuencia del alto grado de fanatismo, falta de respeto e intolerancia que lamentablemente caracteriza a algunos rincones delmundo árabe. Y hasta hubo auténticas « marchas atrás », como lo demuestra lo sucedido en Egipto,que hoy -después de la violencia, el sectarismo y los desencuentros- está desgraciadamente de regreso al mundo de las oligarquías militares.
No obstante, la situación particular de Túnez -cuando se cumplen tres años de su propia « primavera árabe », aquella que precisamente encendiera la mecha del incendio que luego se expandiera por el norte de África- es bien distinta.
Positiva, por cierto. Con la sensación de que, finalmente, allí se ha producido la revolución cultural a la que muchos aspiraban, cuando salieron corajudamente a las calles, desafiando al autoritarismo.
No sólo ya no está en el timón del poder tunecino el corrupto dictador Zine el-Abidine Ben Ali. Además ocurre que una Asamblea Constituyente de 217 miembros acaba de aprobar el texto de una nueva Constitución para Túnez, que ha sido consensuado entre los islámicos (agrupados sustancialmente en torno a Ennahda) y los seculares. Con equilibrio y buen éxito.
Hablamos de una de las constituciones acaso más liberales del mundo árabe, en su totalidad. El nuevo texto es el fruto de dos años largos de esfuerzos y negociaciones, que no fueron nada sencillas desde que las emociones pesaron mucho. El texto finalmente aprobado es la tercera versión de un proyecto que maduró lentamente y sufrió toda suerte de ajustes en el camino antes de ser finalmente aceptado por todos.
La marcha hacia la construcción del consenso no fue simple. Tuvo que superar toda suerte de obstáculos. Desde asesinatos de líderes políticos, hasta salvajes atentados terroristas. Sin embargo lo cierto es que esos episodios, tan sórdidos como crueles, terminaron debilitando socialmente a los islamistas y empujándolos en dirección a una mayor flexibilidad.
En las negociaciones, siempre se caminó al borde mismo del colapso. Entre amenazas e intimidaciones. Pero con la esperanza colectiva de poder, en algún momento, dejar todo eso atrás.
Hasta hubo cinco meses en los que las negociaciones se congelaron totalmente, paralizándose. No obstante, la marcha siguió hacia adelante con notable tenacidad. Por esto terminó finalmente coronada por el éxito: en otras palabras por un consenso horizontal en una sociedad que, pacientemente, supo evitar los extremos.
La nueva Constitución ya no habla de la supremacía del derecho religioso (la Sharia). Tampoco de que Túnez es un Estado islámico. Sólo dice que el Islam es la religión de Túnez e integra la identidad del país. Pero Túnez es ahora, por definición, un Estado civil edificado sobre el cimiento único de la democracia. Esto es, sobre el principio de la división de poderes.
El texto constitucional es bien claro: « Túnez es un Estado libre, independiente y soberano. El Islam es su religión. El árabe su idioma y la república su régimen ». Hablamos de un Estado « de carácter civil, basado en la ciudadanía la voluntad del pueblo y la primacía de la ley ». Estas cláusulas son, según reza la propia Constitución, absolutamente inmodificables por parte de futuros gobiernos. Esa es la idea.
Veremos cuando haya pasado un tiempo, si esto se respeta o no. En nuestro propio continente, Honduras tenía cláusulas de esa misma naturaleza, a las que, no obstante, « Mel » Zelaya intentó pisotear. Demostrando que no son necesariamente invulnerables frente a la ambición de poder. Pero -pese a ello- tienen un peso específico distinto.
La nueva Constitución tunecina enumera y garantiza las libertades esenciales, incluyendo la libertad religiosa y de creencias, la libertad de opinión y la libertad de expresión. Dice, asimismo, que corresponde al Estado el deber de « proteger lo sagrado », de modo de evitar que se ridiculice. Y que el respeto sea una realidad.
En más, hombres y mujeres integrarán, en paridad, los órganos cuyos miembros se eligen a través de las urnas. Pero, en este tema en particular, queda aún mucho por hacer en un país que sigue discriminando contra la mujer. Por ejemplo, en materia sucesoria o de tenencia de hijos.
Lo cierto es que hay una realidad indiscutible: estamos frente al primer éxito de la « primavera árabe ». El de Túnez. Que todavía debe consolidarse. Pero que está como nueva realidad. Ojalá contagie. El mundo árabe lo necesita. Y el resto de las naciones también.
En la terminología del Papa Francisco, se ha construido una plataforma social en una sociedad con base en la noción de unidad « pluriforme ». En la diversidad, entonces. Con « una comunión en las diferencias ». No es poco. Ni es fácil. Pero está hecho. Del futuro respeto recíproco dependerá que se pueda alcanzar el objetivo perseguido por quienes la forjaron: el de vivir en equilibrio, paz y armonía.
La Nación, 22.01.2014