Tras la daga de El Aaiún

Fuente: Bantasticfand / Por Nacho Para
Como sé que le debo una, y muy grande, al pueblo saharaui, por el masivo y desinteresado apoyo que le han brindado a mi proyecto y por mil cosas más, hoy les dejo con un artículo que en su día no quisieron publicar en el diario para que el trabajaba. ¿Por qué no se publicó? Vete tú a saber. Los entresijos del poder, supongo. Un directivo del periódico que acaba de volver de Marraquesh, agasajado hasta las cejas. Un inversor seducido con un plato de cus-cus. Una llamadita del cónsul de Marruecos. Algún empresario influyente. Alguna inversión inconfesable. Algún birlibirloque político. Algún interés indecente. Cualquier cosa. El texto, actualizado para ser publicado ahora, era el siguiente:
“Contaré esta historia en primera persona, pues no veo otra forma de hacerlo. Aterricé en el aeropuerto Hassan I de El Aaiún el 8 de junio de 2005. Durante los meses anteriores había visitado los campamentos saharauis de Tinduf (Argelia), la franja del Sáhara Occidental controlada por el Polisario y el perímetro mauritano del muro, esos 2.500 kilómetros con 140.000 soldados y un millón de minas levantado por Marruecos tras el alto al fuego acordado en 1991. Para completar el puzzle, me faltaba conocer la realidad de los saharauis en su propio territorio y los argumentos de los marroquíes, quienes suelen arrogarse la soberanía del territorio con la misma vehemencia que los saharauis, pero no saben explicar bien por qué. Había solicitado por fax una entrevista con el entonces gobernador marroquí de la zona, Mohamed Rharrabi, un ingeniero que se hizo popular como wali de Tetuán durante la crisis de Perejil en 2002, cuando el tono altisonante y bravucón del PP tampoco mitigaba la represión y la angustia del pueblo saharaui. Ni PSOE ni PP ni la cuna que los arrulló. Nadie ha hecho nada en 37 años. Aquel fax actuó como un salvoconducto. Mientras los políticos catalanes que viajaban en el mismo vuelo fueron devueltos a Canarias sin bajar del avión, yo fui autorizado a entrar en la ciudad, junto con el entonces fotógrado de France Press Samuel Aranda (World Press Photo 2011). Recuerdo a Joan Herrera, candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya por ICV-EUiA en 2012, diciéndome a modo de despedida: “Recuerda que no se puede ser equidistante cuando se violan los derechos humanos”. Le había explicado a Herrera que quería escuchar a las dos partes, y a cambio de reflejar fielmente la versión oficial, exigiría autorización para visitar el barrio saharaui de Mataala, de mayoría saharaui, donde acababan de producirse graves enfrentamientos con las fuerzas marroquís. La intifada estaba en marcha.
En el taxi, de camino a la sede del gobierno regional, se abría la palpitante ciudad de El Aaiún, bien cuidada pero destartalada, de barrios amables y casas grandes con jardines áridos, militarizada y próspera, envuelta en esa neblina ocre del desierto. Avenidas limpias y llenas de funcionarios marroquís bien pagados. Grandes letreros de las empresas españolas sigilosamente introducidas en una zona que, según la ONU, no puede explotarse mientras no se resuelva en conflicto que pesa sobre el terriorio: la conservera Calvo, la aeronáutica Binter, la petrolera Repsol, la Cámara de Comercio de Canarias… En las afueras, algunas columnas de chabolas, habitadas, cómo no, por saharauis.
Rharrabi me recibió con sonrisas, té y propaganda: “Apenas hay activistas, solo unos 30 cabecillas dirigidos por el Polisario que no logran reunir a más de 300 personas. Son traficantes y expresos políticos que han recibido indemnizaciones millonarias y ahora alientan a los niños a tirar piedras y cócteles molotov. El Polisario está estancado y quiere mover ficha en el interior de Marruecos. Y como no tienen fichas que mover, engañan a jóvenes en fase idealista. Los chicos del sur estudian en las mejores universidades de Rabat gracias al trato prioritario que se les dispensa: becas, transporte gratuito…”
ANOCHECER SAHARAUI EN UNA DUNA DE DAJLA, EN EL ÁREA DE TINDOUF (ARGELIA). 2011. / NACHO PARA
Me dirigí a Mataala para comprobarlo, con la firme promesa de Rharrabi de que la policía me dejaría en paz. El barrio estaba tomado. Tanquetas, furgones, policía secreta. Ni una esquina estaba libre de vigilancia. A cada paso que daba, alguien uniformado o no me requería la documentación, con el único fin de disuadirme y aburrirme. Rharrabi no tenía ninguna intención de cumplir su promesa. Pero en un descuido, un brazo tiró de mí desde la casa de un saharaui. Corrimos por pasillos, túneles y tejados, hasta llegar a un habitáculo supuestamente seguro. Desfilaron ante mí heridos de todo tipo, mujeres llenas de moratones, un chaval que había perdido un ojo, madres que llevaban años sin poder ver a sus hijos, asesinados o presos en la temible Cárcel Negra… Conversé con varios líderes de la disidencia. Certifiqué en aquella visita que, pese a las aseveraciones de wali, son muchísimos los saharauis descontentos. Muchos más que los que osan proclamarlo. El miedo es un arma muy poderosa. La gente se acerca, susurra consignas independentistas y se escabulle por temor a represalias. Sorprendentemente, me dejaron hablar a solas con los activistas Brahim Dahan y Jamad Hamad. Había gato encerrado, claro, porque ambos fueron encarcelados al día siguiente. “En 1975, la mayoría de los jóvenes se fueron con el Polisario y sólo quedaron en El Aaiún mujeres, ancianos y niños. Esos niños son hoy la nueva intifada. También en Tinduf ocurrirá lo mismo. Será el resultado de una política de sometimiento o exterminio”, pronosticó Daham.
Me dejaron recorrer sin problemas la animada zona de tiendas y hoteles, en el centro de la ciudad, donde matan el tiempo los ociosos y adinerados soldados de la Minurso, la vergonzosa misión de la ONU supuestamente para promover un referendum de autodeterminación. Lo único que hacen en realidad es mirar hacia otro lado, silbar ante las continuas violaciones de los derechos humanos y entregarse a una vida disipada. En las continuas fiestas de la Minurso nunca faltan ni el alcohol ni las prostitutas locales, ante la permisividad, aquí sí, de las autoridades. Siempre fui seguido de lejos o de cerca por alguien, sobre todo por un tipo risueño y de mirada oblicua conocido como El Yadali, jefe de prensa del gobernador marroquí y hermano del fiscal general de Tánger, de origen saharaui pero devoto de Mohamed VI. Yadali llegó a decirme: “Sabemos que tienes amigos en Tinduf. Yo te ofrezco las llaves de 20 casas para que se vengan a vivir aquí y olviden su causa romántica. El tren de la vida deja atrás a los indecisos y quizá mañana soñarás con obtener una cuarta parte de la que hoy te ofrecen”. Todos los saharauis a los que trasladé posteriormente semejante oferta escupieron en el suelo.
Estuve alojado el antiguo Parador español, hoy inundado de fotos de la Marcha Verde. Al salir del hotel, distintos agentes con el mismo bigote me esperaban y me seguían, y la primera noche, antes de acostarme, descubrí un micrófono del tamaño de un dátil bajo el escritorio. Eludí numerosas maniobras para despistarme de mis objetivos, incluidas las insistentes invitaciones de Yadali a un oasis que no podía perderme, pero no puede rechazar una cena con más periodistas en la suntuosa mansión del wali. Al fin y al cabo, si seguía allí era porque él quería. Rharrabi se explayó explicando sus planes para la región, un ambicioso proyecto de convertir la costa del Sáhara en alternativa a Canarias, saltándose a la torera, cómo no, las resoluciones de la ONU. “En 2004 nos llegaron instrucciones firmes para atajar la inmigración clandestina. Nos exigieron resultados. Ahora queremos dar un paso hacia el turismo sostenible y la pesca para generar riqueza y frenar la emigración”, explicó entonces, en medio del gran banquete, el hoy wali de Fez.
MUJERES SAHARAUIS BAILANDO EN TIFARITI, EN LOS TERRITORIOS LIBERADOS DE LA RASD, MUY CERCA DEL MURO MARROQUÍ. 2008. / NACHO PARA
Rharrabi fue relevado a finales de 2005, porque Mohamed VI, que otorga a los cargos a dedo más poder que a los electos, lo veía blando para El Aaiún. Por eso le sucedió Charki Dreis, actual director general de la Seguridad Nacional, formado con el exministro de Interior Dris Basri, el fallecido mano derecha de Hassan II, un hombre despiadado. De 2006 a 2008, mientras Dreis estuvo en la ciudad, no se oyó ni respirar a un saharaui. Dicen que con él, el campamento de Gdeym Izik hubiera sido arrasado el primer día, una matanza sin piedad. En cuanto al wali, Mohamed Jalmous, el conflicto le estalló en la cara. Primero, Aminetu Haidar. Después, Gdeym Izik. Mohamed VI lo destituyó y actualmente el cargo lo ocupa Jalil Djil, de origen saharaui y formado en la Universidad de Granada, en una estragegia de Rabat de ofrecer una cara integradora, como cuando, en 2011, nombró a otro saharaui, el recién destituido Ahmed Ould Souilem, como embajador de Marruecos en Enpaña, solo año y medio después de abandonar su cargo directivo en el Frente Polisario.
Nunca me echaron de El Aaiún, pero de los diez periodistas que acudimos a aquella cita en la mansión del wali, con esos ventanales al Atlántico y esos sirvientes pomposamente uniformados, pocos corrieron la misma suerte. El ambiente, desde el primer hasta el último día, resultó irrespirable. Yadali, el saharaui promarroquí, me invitó a largarme al aeropuerto el 11 de junio, algo antes de lo que yo tenía previsto. “La cosa está fea”, susurró. En una confortable sala de espera, alejada de todos los padecimientos de la intifada, me soltó una charla sobre los refugiados de Tinduf, secuestrados por Argelia, según él. También negó, hasta hacerse pesado, que la ciudad de Tifariti, donde cada año se celebra la exposición de arte Artifariti, donde ya viven refugiados saharauis y donde Navarra levantó un hospital que han visto mis ojos, estuviera en manos del Polisario. Por último, me entregó una afiladísima daga de bella empuñadura, gentileza del wali, el mismo que desde el ventanal de su mansión veía naufragar cayucos llenos de subsaharianos que intentaban llegar a Canarias, actividad que él mismo permitía y acaso organizaba, y de la que seguramente se lucraba. Aún me inquieto cuando miro esa daga, intentando descifrar qué demonios significa aquel regalo”.
Y alguien dirá: ¿Y qué tiene que ver todo esto con una banda de rock? Pues mucho. Tiene mucho que ver. De estos mimbres están hechos nuestros cestos. No en la forma, sí en el fondo. Stron enough to refuse (Lo bastante fuerte como para rechazar). Las saharauis siguen aguantando, pese a todo. Aún rechazan la limosna tramposa de la autonomía. Quieren su independencia. Todos queremos la nuestra…

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