Kaziza Lafkir, enormes ojos de azul transparente, mirada triste, con esa pena inmensa de tantos rostros del Sahara ocupado. Tu infancia acabó demasiado pronto, robada por quienes os arrebataron la tierra. Niño con temprana conciencia de ser excluido en su propia patria, Kaziza, cuántas lágrimas derramadas, el acoso en la escuela, las primeras detenciones, la expulsión del instituto. Ellos te cerraron todas las puertas, te negaron volver a estudiar, a ti, tan ávido de aprender, de conocerlo todo para ayudar a los tuyos. Tu humilde familia sabe demasiado acerca de sufrir en silencio, un hijo de la Intifada es un orgullo saharaui, pero al mismo tiempo un dolor inmenso…
Ni siquiera te consideras valiente, dices que hay muchos más como tú, Kaziza, tu débil cuerpo esconde un gigante. Una y otra vez aprietas los dientes y haces lo que tienes que hacer, con esa conciencia saharaui que ellos han alimentado con años de torturas, golpes, injusticias y detenciones. Eres imagen viva de vuestra causa.
Grande Kaziza, tu sensibilidad y el sufrimiento han encontrado otra vía de escape, la música y la poesía, que cultivas como buen saharaui. Sabes hasta qué punto remueve conciencias, y tu convicción te ha llevado a componer para la Intifada y Gdeim Izik canciones que vuelan libres por todo El Aaiun. Allí se ha quedado muda tu guitarra, compañera de tantas luchas en las calles de tu sublevada ciudad.
Porque tú formaste parte del Campamento Dignidad, una de las gestas más grandes que han conocido los saharauis. Ahora que los artistas empiezan a ensalzarlo, tú avanzaste el camino. Fuiste con tus compañeros de los primeros en levantar una jaima en Gdeim Izik y convenciste a tu madre para formara parte de la sublevación. Entre aquellas jaimas que devolvieron el Sahara a los saharauis, te encargaste con otros compañeros de la vigilancia y protección del campamento.
– En el campamento vivíamos de una manera digna, sólo hablábamos nuestro hasania, no había marroquíes, respirábamos la completa libertad y estábamos muy felices.
Aquel paraíso os duró muy poco, veintiocho días en los que asombrasteis al mundo. La represión del monstruo fue brutal y descargó toda su ira contra vosotros. Vuestros ojos vieron represión, brutalidad y sadismo, arrasaron con todo, y fuiste tragado por aquel torbellino de destrucción, pagaste con tu hombro derecho, destrozado a culatazos. Llegaron las torturas, quemaduras de cigarro, palizas, hacinamiento en la cárcel, falta de comida y vejaciones.
Nada sabía yo, cuando te conocí, de todo por lo que habías pasado. Te encontramos en una actividad sobre violaciones de derechos humanos en el Sahara ocupado. Al llegar me senté a tu lado, un chico que supuse saharaui, frágil y silencioso, con tus enormes ojos de azul transparente y tu aspecto grave de niño triste. Al nombrarte desde la mesa como uno de los jóvenes del campamento de Gdeim Izik, te pusiste en pie y recibiste aplausos de respeto y reconocimiento. Te pedí que me escribieras tu apellido, no lo había entendido, cogiste el bolígrafo con la mano izquierda y lo escribiste con letra vacilante, LAFKIR, en mayúscula, y entonces me di cuenta que tu brazo derecho estaba sujeto por un cabestrillo. Con tu mínimo español te disculpaste por no poder escribir bien con la izquierda.
Se nos rompió el corazón a quienes te rodeábamos cuando emitieron un video con testimonios de los territorios ocupados. Primero apareció Hamad Hmad, el gigante.
– ¡Hamad! – susurraste, la ilusión se notaba brillar en tu voz, que entonces me pareció de niño.
Pronto agachaste la cabeza y te tapaste con las manos, no podías soportar las fotos de torturas, miré de soslayo varias veces hacia ti, noté que sollozabas en silencio. Sentí ganas de abrazarte, pero no me atreví… no sabía cómo reaccionarías, así que seguí mirando discretamente hasta que te incorporaste.
Kaziza, qué impacto supusieron vuestros testimonios, fue un shock presenciar las heridas del dolor en carne viva, veros tan fuertes y tan frágiles, rotos por las palizas, algo se nos quebró por dentro.
Ofreciste un nuevo testimonio el siguiente día, en otras jornadas sobre el Sahara; incansables, queríais llevar vuestro mensaje lo más lejos posible.
– Nuestros casos son apenas granos de arena en medio de una gran montaña – afirmaste. En el Sahara ocupado hay decenas de casos similares al tuyo, una juventud machacada cada día por el invasor, no entienden que los golpes alimentan vuestra saharauidad. No te preocupes, tus compañeros en los territorios ocupados mantienen lucha encendida.
Tu relato sobre la experiencia en la cárcel nos sacudió a todos los presentes, sacabas tu fuerza saharaui para contar aquello sin romperte, y nos hiciste sentir cómo durante año y medio el dolor insoportable en el hombro, que te hacía perder la consciencia en ocasiones, lo ocupaba todo. Y ese dolor extremo fue el que te hizo desmayarte cuando finalizaste tu testimonio, un compañero te agarró en el aire cuando te caías hacia atrás. Se sucedieron gritos, carreras, y una rápida actuación para conseguir evacuarte a un hospital.
Comienzas ahora una nueva vida, es el momento de curar tus heridas físicas, las que llevas dentro de ti serán más difíciles de recuperar, te espera un larguísimo y difícil camino, será duro, amargo y solitario y estará lleno de solidaridad, experiencias y lucha. En el hospital conocimos tu realidad, la de un niño travieso, inquieto y divertido, rebosante de energía y de ganas de hacer cosas y un joven madurado a fuerza de dolor, que se aprecia cuando tus ojos transparentes se enturbian, se agudizan tus ojeras y tus labios se fruncen en un gesto de determinación. Roto Kaziza, tu brazo se sale del hombro, aprietas una toalla entre los dientes y lo colocas, tu estómago, del tamaño de un pajarito, apenas admite comida, y tus ojos se arrasan de lágrimas cuando nos cuentas, con tu voz seria y profunda, que han detenido a tu madre tras darse a conocer tu testimonio.
Kaziza Lafkir, enormes ojos de azul transparente, mirada triste, con esa pena inmensa de tantos rostros del Sahara ocupado, ojala, ahora que te siento como hermano, pudiera asegurarte que todo va a salir bien; que tu brazo quedará como antes; que cogerás peso, perdona mi insistencia, y te pondrás fuerte; que tú, con tu viva inteligencia, llegarás muy lejos; que arreglarás tu situación, que tendrás muchos amigos que te echen una mano. Al menos deseo que este largo camino que se abre frente a ti te sea más leve que estos veinte años pasados. Una vez más apretarás los dientes y harás lo que tengas que hacer. Ojala acabe pronto esta huida de Marruecos hacia delante, esta loca huida hacia ningún sitio que no sea la muerte y la destrucción.
Conxi Moya
Haz lo que debas, 11/06/2012
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